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lunes, 21 de febrero de 2011

JUSTICIA FAMILIAR

JUSTICIA FAMILIAR CONTEMPORÁNEA

Jairo Báez

 
Psicólogo.

 
Especializado en Instituciones Jurídico Familiares


 
Justicia: virtud que inclina a dar a cada uno lo que le pertenece. Qué le pertenece al padre, qué le corresponde a la madre y qué le queda al hijo. ¿Y cuándo existen más miembros, qué suponemos les debe corresponder?

 
La familia contemporánea no ha sido bien librada cuando de brindar justicia se trata. En los diferentes discursos, son muchas las víctimas y pocos los victimarios al seno de tan sagrada institución. La mujer siente que sus derechos se desconocen en la familia pasada y actual; el anciano ha sido relegado al ostracismo familiar; los niños no son tenidos en cuenta en su constitución e invalidez, necesarias para su fortalecimiento adulto. Sólo queda entonces como victimizador el hombre.

 
No obstante se podría pensar que la relación es de 10 a 1, en cuestión de formas patógenas y falsas de evadir la realidad; realidad que para bien o para mal tiene mucho significado y vivencia en la familia. Las cárceles y los hospitales están llenos de hombres, Los hombres consumen más psicoactivos que las mujeres. Esto de alguna manera nos pone sobre la pista que el hombre no manifiesta, no se queja, pero sufre.

 
Entonces, si todos los miembros de la familia sufren, porque se sigue tras la insistencia de mantener el estatus quo de la familia nuclear/conyugal. Por qué no pensamos una familia diferente, donde padre, madre e hijos pasen a otra dimensión; donde las categorías no se monten sobre el sufrimiento del otro. Otros ya lo han intentado (comunas en el primer mundo, los kibbutsz, algunas comunidades primitivas).

 
Pensemos en la posibilidad de familias matriarcales, en donde las madres convivan con sus hijos y con sus hermanos. Pensemos en familias consanguíneas más que en familias por afinidad, donde las parejas compartan sus afectos y no su techo. Donde se parta de las posibilidades de compartir lo viable y no lo imposible. Donde la maternidad no sea un accidente sino un objetivo propuesto. Donde no exista un solo padre y una sola madre sino varios. Donde no se escuden los adultos en los niños para evadir su estadía en el hogar. Donde el Estado propenda por el sustento económico de quienes educan a los niños. Donde no se comparta maritalmente únicamente por la esperanza de heredar.

 
Si deseamos justicia familiar, si deseamos bienestar familiar debemos asumir el compartir lo que podemos y no lo que debemos. Esto quiere decir, no podemos pedir fidelidad si en el ser está inscrita la infidelidad; no podemos pedir paternidad si en el hombre está inscrita la irresponsabilidad; no podemos pedir sumisión si en el ser está inscrita la igualdad.

miércoles, 16 de febrero de 2011

PARA COMPRENDER LA REALIDAD DE LA GUERRA


PARA COMPRENDER LA REALIDAD DE LA GUERRA

Jairo Báez
Psicólogo


El punto más intenso y más rico de una civilización, frágil y maravilloso al mismo tiempo, es, precisamente, el que consiste en un encuentro o un choque entre fuerzas antagónicas.

Stéphane Lupasco


Desde la posición de psicólogos sociales, que lideran y jalonan una comunidad, cómo se podría aportar al manejo del problema de la violencia en Colombia.

Haciendo un recorrido por los aportes de los textos sociales de Freud, se intenta plantear el recorrido de la agresividad a la violencia y en ésta, el paso de la violencia física a la violencia simbólica. La pregunta fundamental gira en torno a la presencia de la violencia en Colombia como vehículo culturizador y la disyuntiva en responder si la violencia simbólica debe obviarse en la relación del sujeto consigo mismo y, con el otro, en su relación socio-cultural. Mínimamente se hace necesario el deslinde de la agresividad, esa actitud tendiente a hacer daño o imponerse por la fuerza ante otro, de la violencia, que siendo agresividad, se expresa sin que traiga beneficio alguno; antes al contrario, que conlleva destrucción. Se tiene como linderos: de la agresividad a la violencia, de la agresividad a la violencia como vehículo culturizador, de la violencia física a la violencia simbólica, la institucionalización de la violencia, la cura de la violencia, ¿Se puede intervenir desde la psicodinámica en la violencia?, ¿Cómo intervenir desde la psicodinámica en la violencia?

LA POSICIÓN FREUDIANA

En Freud ha estado presente la idea de comparar la evolución del individuo con la evolución de la sociedad y viceversa. La observación del tránsito del individuo por su desarrollo, permite colegir idénticas situaciones en el tránsito de la sociedad;  y observaciones del trascurso evolutivo de la sociedad permiten buscar ciertos estados en el individuo. La filogenética valida la ontogenética y la ontogenética la filogenética.  Dirá alguna vez que ¨el individuo participa en el proceso evolutivo de la humanidad, recorriendo al mismo tiempo el camino de su propia vida¨ (1930, p. 82).

La brecha entre psicología individual y psicología social en Freud (1921), no es tan marcada como algunos quieren hacernos creer a partir de una lectura superficial, y rápida de alguna parte de su obra. Si algo queda claro, cuando se tiene la paciencia de recorrer su obra, es que la vida anímica individual no puede referirse si no se tiene presente siempre al << otro>>, como modelo, objeto, auxiliar o adversario. Para Freud la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio y plenamente justificado (p. 9). Sí, claro está, en la obra de Freud, el hombre no es un ser social por naturaleza, tampoco es un ser gregario, dispuesto a sacrificarse por el otro; sin embargo, el hombre es un animal de horda, que necesita del otro (p. 59).

En la obra freudiana aparecen varias conceptos que se deben tener presente si hemos de dar comprensión a la situación por la cual atraviesa nuestro país, o explicar mínimamente una sociedad tan compungida como la nuestra. El primero de ellos es el concepto de Cultura el cual es definido por Freud (1930) como el total de todas las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y las que tienen dos fines precisos: proteger al hombre contra la Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí (p.33); para él son culturales todas las actividades y los bienes útiles para el hombre, tales como poner la tierra a su servicio y las que lo protegen contra la fuerza de los elementos (p. 34). No obstante, señala el desequilibrio palpable donde, en el dominio de la naturaleza  la humanidad ha realizado continuos y significativos progresos, aquellos que se pueden seguir esperando aún con mayor éxito, y sin embargo no poder hablarse de un progreso análogo en la regulación de las relaciones humanas (Freud, 1927, p. 143). Así mismo plantea la necesidad de la imposición coercitiva de la cultura, pues tiene por seguro que el hombre en masa se asume perezoso e ignorante, incapaz de admitir gustoso la renuncia de sus instintos (incesto, canibalismo, homicidio) y en cambio sí dado a confabular para lograr su satisfacción (1927, pp. 144, 147-148). Freud (1927) es claro en el sentido que en una cultura, donde no se satisface a la mayoría de sus partícipes, la rebelión se hace inminente y por tanto su desaparición será un hecho irrefutable (p. 149) y en cambio reconoce el elevado nivel cultural de un país cuando comprueba que en ¨él se realiza con perfección y eficacia cuanto atañe a la explotación de la tierra por el hombre y la protección de éste contra las fuerzas elementales¨ (1930, p. 35). Un país mostraría su nivel cultural también por su valoración y primacía de las actividades psíquicas superiores, intelectuales, científicas y artísticas, por el poder de las ideas en él. De aquí que rescate la sublimación de los instintos como el elemento constituyente cultural más sobresaliente de todo pueblo civilizado (1930, p. 37-38, 41). Según Freud, el poderío de la comunidad es el derecho, y el poderío del individuo es la fuerza bruta, y el paso del poderío individual al poderío de la cultura es lo que se denomina cultura (1930, p. 39). 

En El Malestar en la Cultura (1930), Freud hace el planteamiento de la cultura en los siguientes términos: Ve en ella, cómo primer requisito, la justicia y la seguridad de que el orden jurídico no será violado a favor de un individuo; supone que la libertad individual no es propiamente el bien de la cultura (p. 39). Señala como problema, que debe afrontar el destino humano, aquel del equilibrio de una felicidad para todos, o si acaso esto sería imposible de lograr (p. 40). Señala como principales fuentes de sufrimiento del hombre el cuerpo, el medio externo y las relaciones con otros seres humanos, siendo esta última la más dolorosa (p. 20). En este texto, al igual que en otros anteriores, muestra la cultura como un proceso evolutivo, donde el despotismo y la autoridad del individuo cede ante el criterio de un colectivo conciente de ello; la cultura parte de una familia primitiva donde el jefe (padre) tenía la voluntad y el poder ilimitados (p. 43). La evolución cultural se define aquí como la lucha de la especie humana por la vida (p. 63); en esta evolución el hombre paga el precio del progreso cultural tasado en pérdida de felicidad y representado en el aumento del sentimiento de culpabilidad; por su parte la cultura está obligada a realizar los esfuerzos para poner barreras a las tendencias agresivas y lesivas, constitutivas del hombre, mediante las formaciones reactivas (pp. 53, 75). Recordemos que Freud siempre vio en la sublimación, el mecanismo reactivo cultural por excelencia.

En El Porvenir de una Ilusión (1927) la posición de Freud es tajante en el sentido de un hombre obligado a ser un sujeto social, y por tanto perenne será la presencia de los factores inherentes a destruir la cultura. La falta de amor al trabajo y la exacerbación de las pasiones sería el sino del hombre. De ahí la insuperable necesidad de hombres privilegiados que conduzcan, subyuguen y sometan a la masa. Freud, aunque nunca tomó partido serio en torno a la revolución socialista, y más bien quiso ver los resultados a largo plazo, siempre la vio con desconfianza en la medida en que dudaba del potencial social del hombre. Hoy cuando la Cortina ha caído, la reticencia de Freud se hace evidente. ¿Será posible ahora afirmar que el hombre no está preparado para asumir un mundo equitativo y justo para todos, que el hombre socialista es una utopía que no se verá realizada en corto tiempo? Sin embargo el experimento es válido y es hora de empezar a hacer los análisis pertinentes, teniendo presente la hipótesis de Freud, o buscando a dónde estuvo la falla de la gran ilusión; un mundo mucho más justo para todos.

En el planteamiento social, Freud (1930) comparte con Hobbes la sentencia de que el hombre es un lobo para el hombre (p. 54); en el hombre civilizado, y tanto más en el primitivo, está presente el deseo de satisfacer sus más mezquinos instintos, la codicia, el fraude, la calumnia, su desenfreno sexual y la agresividad; siempre que pueda evadir el castigo estará gustoso y presto a cometer cualquier atropello contra su semejante (1927, pp. 148-149). Ante esto, la vida en común entre humanos solo es posible cuando la mayoría se reúne, demuestra y se concientiza que siempre que esté junta será más poderosa que cualquier individuo (Freud, 1930, p. 39).  La justicia social, de está manera, significa una renuncia individual de aquellas cosas que por ser de apetencia de todos, en lo particular, deben ser motivo de renuncia por todo el colectivo; nadie en particular lo podrá poseer, es el principio de la justicia freudiana (1921, p. 58).

Otro concepto clave, para entender la socialización es el de la  Agresividad. Freud (1930) señala que la agresividad respondería a un patrón filogenético derivada de una historia de acérrima agresividad del padre (p. 72). El hombre  no es, tan sólo, una criatura tierna y necesitada de amor, que únicamente atacaría para defenderse; en el ser humano yacen disposiciones instintivas a la agresión (p. 53). En condiciones favorables, dice Freud,  cuando desaparecen las fuerzas antagónicas que inhiben la agresividad, ésta se manifiesta espontáneamente, ¨desenmascarando al hombre como bestia salvaje que no conoce el menor respeto por los seres de su propia especie.¨ (p. 53). El autor ve al hombre como un ser con una tendencia innata  a la agresividad que está más allá de la relación con la propiedad, la familia o el objeto sexual, a pesar  que sea allí donde la observemos con mayor facilidad (p. 55). No niega las ventajas que traería el abolir la propiedad privada para la disminución de la agresividad en el hombre y mantener sus buenas relaciones con los otros, pero no lo cree suficiente para acabar su potencial agresivo (p. 55, 86). La agresividad es el descendiente y representante del instinto de muerte (p. 63).

Unido a este concepto de la agresividad, debemos rescatar el concepto de la Guerra, que por extensión debemos relacionar con el de violencia. Para Freud (1915) la guerra va más allá de la tendencia agresiva. Estaba convencido que las guerras no terminan mientras los hombres vivan en diferentes condiciones de existencia; mientras la vida de un individuo tenga un valor diferente al de otro,  y se mantengan los odios entre ellos (p. 97), y mientras el Estado se abone el derecho a la injusticia, para ejercerla más que para abolirla. La guerra es propia de los colectivos, pero afianzada en la fortaleza que permiten los instintos y la debilidad de la cultura reinante; una comunidad que no reprocha la barbarie está permitiendo la eclosión de los ¨malos¨ instintos, permitiendo que los hombres desplieguen en sus actos la crueldad, la malicia, la traición y la brutalidad, factores muy propios y constitutivos (p. 102). La solución a la guerra viene del exterior, mediante la creación y continuidad de una educación, ubicada como factor coercitivo que represente las exigencias de la civilización; sólo así, mediante una primera imposición externa, se puede fortalecer una coerción interna al individuo (p. 104).

El concepto de Masa o Colectivo también fue motivo de intriga para Freud en el momento de analizar al hombre como ser social. En su artículo Psicología de las Masas (1921) hace una revisión de lo dicho sobre el tema para lanzar sus hipótesis al respecto; entre ellos destaca los trabajos de Le Bon (las masas primitivas), Mac Dougall (masas organizadas), Trotter (instinto gregario). La pregunta de base de Freud, en este texto, es el por qué un individuo con determinado y particular carácter, en determinadas condiciones, se deja arrastrar por la forma de sentir, pensar y actuar de una masa, de un colectivo. La respuesta la da en consecuencia con el hecho que en un proceso de masificación la afectividad aumenta y la intelectualidad disminuye, haciendo la salvedad que en la medida que la masa se organiza este fenómeno se va contrarrestando (p. 26). Una masa primitiva, mínimamente organizada, vendría a ser una reunión de individuos que ha reemplazado su ideal del yo por un mismo objeto, y por consecuencia se establecería entre ellos una identificación del yo, general y recíproca ( p. 53); el autor nos recuerda que el ideal del yo es una parte adscrita al yo que tiene como función la autoobservación, la conciencia moral, la censura onírica y la influencia principal en la represión (p. 47). En un artículo posterior, El Yo y El Ello (1923), nos deja en claro que el concepto ideal del yo es el mismo superyó (p. 21). El comienzo de la organización del colectivo se vería en los ejemplos rescatables de la Iglesia y el Ejercito; éstas organizaciones serían ejemplos de masas artificiales donde actúa una coerción exterior encaminada a preservarlas de la disolución y mantener sus estructuras¨ ( pp. 31-32). Cuando un individuo entra a formar parte de una masa lo primero que encuentra son las condiciones que le permiten suprimir sus represiones sobre las tendencias inconscientes primarias (p. 14); en esencia lo que encuentra en la reunión con otros hombres es la salida a sus relaciones de amor y la posibilidad de unirse afectivamente (p. 31). Solo el amor y las relaciones afectivas justificarían la aceptación de un líder y de los otros en un colectivo (Freud, 1921, p. 55). La parte negativa del amor recibido, es la posibilidad a que se ve expuesta la masa a ser seducida o sugestionada; el problema no lo indica Freud en el hecho de ser sugestionado –pues es inherente e irreducible al ser humano-, sino hacia dónde apunta dicha sugestión (p. 28). En un momento posterior, Freud se lamenta de tanto saber y poca práctica: ¿de qué sirve el análisis más penetrante de las neurosis sociales, si nadie posee la autoridad necesaria para imponer a las masas la solución correspondiente? (Freud, 1930, p. 86).

Freud en el artículo, El Porvenir de una Ilusión (1927), donde vuelve a tratar el concepto del colectivo, señala que en una masa primaria el individuo podrá dar salida a urgencias negadas como el incesto, el canibalismo y el homicidio y otras necesidades primarias, que de hecho atentan contra toda pretensión cultural (pp. 147-148); por tanto presupone que la necesidad del dominio de la masa por una minoría, o por un líder, será imprescindible para la labor cultural, ¨pues las masas son perezosas e ignorantes, no admiten gustosas la renuncia al instinto, siendo útiles cuantos argumentos se aduzcan para convencerlas de lo inevitable de tal renuncia, y sus individuos se  apoyan unos a otros en la tolerancia de su desenfreno¨ (p. 144). En  este artículo se percibe la idea de que las masas se estabilizan, al interior, mediante la degustación del sufrimiento de otra. Los individuos menos favorecidos dentro de una masa, pueden entrar a apaciguar sus intentos de destrucción de su cultura si a cambio se les ofrece la posibilidad de observar o ser conscientes que otros, lejos de su propia comunidad, son todavía más ofendidos y se encuentran en una situación peor a la de ellos. De hecho, el chivo expiatorio como necesidad, para que se mantenga una masa está siempre presente en la teoría freudiana, ya sea mediante la ubicación como objeto de odio, objeto temido, u objeto desvalorizado.

Freud señala con el término de Narcisismo de las Pequeñas Diferencias a la tendencia a pelearse entre comunidades vecinas (1930, p. 56). En estos sentimientos de repulsión y de aversión hacia personas extrañas, pero con las cuales se debe entrar en contacto, Freud ve la expresión del narcisismo, que tiende a afirmarse y que se conduce como si la menor desviación y las particularidades individuales implicase un delito y una necesidad de cambiarlas (1921, p. 40). En la dinámica social del narcisista no todos caben en su yo, ¨siempre se podrá vincular amorosamente entre sí a mayor número de hombres, con la condición de que sobren otros en quienes descargar los golpes.¨ (Freud, 1930, p. 55). Recordemos que al hacer una clasificación de los sujetos en términos del desarrollo y anclaje libidinal Freud (1931), señalaba a los narcisistas más bien en términos negativos; en ellos el yo y el superyó no se encuentran en gran tensión, no predominan las necesidades eróticas, siendo su  interés primordial la autoconservación, mostrándose independientes e intrépidos; su yo  es agresivo y activo; no obstante se distinguen como <>, que se muestran dispuestas a apoyar el prójimo, son líderes y propulsores del desarrollo cultural y quebrantadores del estatus quo (p. 116).

La Ilusión es otro de los conceptos que deben ser retomados para entender la sociedad freudiana; en el pensamiento de Freud (1927) la religión es una ilusión, que será tarde o temprano abandonada  debido a los embates propios de una sociedad que progresa (p. 181). Pero igualmente, pone en entredicho, si otros de nuestros defendidos valores culturales no son meras ilusiones propias de la misma suerte, como las instituciones estatales y las relaciones entre los sexos y la sexualidad  (p. 171).

Un concepto más es el Sentimiento de Culpabilidad, tan esencial si se ha de pensar en la socialización. El sentimiento de culpabilidad es propio del aquel que ve su deseo cumplido; auque no es necesario llegar a la acción, la sola intención del cumplimiento es ya motivo de culpa (Freud, 1930, p. 65); aquí el pensar ya es motivo de culpa. Se origina en el miedo a la autoridad y el temor al superyó (p. 68); que, en lo cultural, parte de la familia y se extiende a toda figura de autoridad social que impone y salvaguarda la norma. La fundamentación de un superyó es cuestión que trasciende la historia del sujeto y se alarga a través de la historia de una cultura y una constitución biológica (Freud, 1923, pp. 21-31). Por tanto no solamente la educación del sujeto será motivo halagüeño para asegurar la socialización; aunque es fundamental, no la garantiza (Freud, 1930, pp. 71-72). El superyó cultural elabora sus ideales y erige sus normas, las que se refieren a las relaciones entre los seres humanos que conocemos normalmente bajo el concepto de la ética. El superyó, a partir de la ética, aborda el punto más vulnerable de toda cultura.  (p. 84). El cargo de conciencia dirá Freud, es el temor a perder el amor, es angustia social. ( p. 66). Ya antes, nos había señalado cómo la mayor fuente de sufrimiento del hombre emana, precisamente, de las relaciones con otros hombres.

UNA REALIDAD VIOLENTA

En un análisis previo, (Báez, 2002), ya hemos señalado algunos niveles de violencia que soporta la familia colombiana, los que podrían referir a una sociedad dada y de la cual nos compete como psicólogos sociales interesados en el psiquismo inherente a la guerra. Así declarábamos que para 1996, por cada 13 hombres que murieron por arma de fuego murió una mujer; por cada 10 hombres que murieron por arma blanca murió una mujer en igual condición; por cada cuatro hombres que murieron en accidente de transito murió una mujer. Para 1997, por cada 4 hombres que se suicidan, se suicida una mujer; los meses del año preferidos por los colombianos para suicidarse son septiembre y diciembre. Comparados estos datos con las estadísticas del año 2000 y 2001, las tendencias de muerte violenta se mantienen estables. En general, por muerte violenta, el hombre entrega 10 veces más víctimas que la mujer. (Análisis de las últimas estadística entregadas por Medicina Legal, 2002).

Desde la Constitución Nacional, las relaciones familiares se basan en la igualdad de derechos y deberes de la pareja y en el respeto recíproco entre todos sus integrantes, donde cualquier forma de violencia en la familia se consideraría destructiva de su armonía y unidad, siendo sancionada conforme a la ley (Art. 42). No obstante, la violencia intrafamiliar colombiana refiere que uno de cada cinco hombres le ha pegado, alguna vez, a su cónyuge; en el 2001 los cónyuges maltratados por su pareja llegaron a cuarenta mil, siendo la proporción de 10 mujeres maltratadas por cada hombre víctima del mismo fenómeno (Báez, 2002). La forma como los niños se apropian de los comportamientos violentos muestra directamente el grado de violencia que las personas mayores (padre, madre, hermanos, tutores, vecinos) ejercen sobre ellos. La forma de corrección más utilizada es la violencia física y verbal; utilización de castigos físicos exagerados y palabras soeces y en alto tono[1], la violencia al menor, al interior de la familia, no distingue que sea niño o niña el agredido (Cf. Medicina Legal, 2001).

De nuevo, si hacemos referencia a la Constitución Nacional, serían derechos fundamentales de los niños: la vida, la integridad física, la salud y la seguridad social, la alimentación equilibrada, su nombre y nacionalidad, tener una familia y no ser separados de ella, el cuidado y el amor, la educación y la cultura, la recreación y la libre expresión de su opinión. Igualmente, serían protegidos contra toda forma de abandono, violencia física o moral, secuestro, venta, abuso sexual, explotación laboral o económica y trabajos riesgosos. Gozando también de los demás derechos consagrados en la Constitución, en las leyes y en los Tratados Internacionales ratificados por Colombia (Art. 44). Pero la realidad apunta a cómo el nacimiento de hijos no deseados es el principal factor que posibilita la gran mayoría de las problemáticas que padece nuestra actual sociedad. Para señalar algunas, la explosión demográfica, el maltrato infantil, el aumento de la delincuencia, la drogadicción, el alcoholismo, la violencia indiscriminada y muchas patologías de índole mental tendrían su fundamento en nuestro falso humanismo, que propende por el derecho a la vida, sin fijar parámetros de calidad en la misma. Así mismo, la situación sociopolítica actual del país, permite ver con frecuencia en el niño desplazado, a nivel psicológico,  el miedo, el temor a la guerra y la violencia, la desconfianza ante todo tipo de personas, la pérdida de confianza en un proyecto de vida, e impotencia para tomar decisiones; los sentimientos de venganza comunes en ellos, añorando la vinculación a los medios que les permitan hacerlos realidad. En estos niños es propio la falta del procesamiento de duelos que degeneran en conflictos emocionales agudos (Defensoría del Pueblo, 1998, p. 26)

Con los nuevos espacios, -trabajo asalariado, estudios académicos, fuerzas militares constitucionales y subversivas- la mujer se aleja cada vez más de la casa. El hogar, la casa, el cuidado de los niños, las labores domésticas son espacios que nadie quiere ocupar; los hijos se crían cada vez más alejados de sus padres, pasan menos tiempo juntos y más tiempo con personas extrañas a la familia o con familiares en segundo grado. La mujer  ocupa espacios que antes no le eran permitidos, el discurso de género se acentúa, surgen especializaciones universitarias y grupos de trabajo e investigación liderados por ellas, con ánimos de lograr su total emancipación de lo que antes fuera su yugo. El machismo y la falta de reconocimiento a su potencial siguen siendo temas que aún no se agotan en su discurso. El hombre colombiano actual sigue siendo percibido como el victimario y nunca la víctima; sin embargo, el estrés, la hipomanía, la drogadicción y la violencia cobran más hombres que mujeres en su morbilidad y mortalidad (Báez, 2002). La mujer, en nuestro medio, sigue siendo motivo de cohesión colectiva. El intercambio rompe cualquier discriminación, une razas, clases sociales, gustos estéticos, y demás atavismos que intentan neutralizar la ampliación del grupo de referencia. La mujer sigue siendo el valor de aquel, señalado como, de menor valía; no obstante su emancipación, sigue siendo motivo de trueque por otros bienes terrenales de difícil adquisición para la gran mayoría, los desposeídos. Es la plusvalía del pobre, del negro, del subdesarrollado, del ignorante. La mujer se canjea por bienes materiales lo mismo que por bienes sociales. Como se puede apreciar, ante este panorama, el hogar tiende a desaparecer; ese lugar de crianza, formación y relación familiar, pasa a ser solamente el lugar para dormir.

Problemas que tiene que afrontar el país, muchos no son de su exclusividad ni su tercermundismo. Para la muestra, la violencia sexual contra la mujer que no es una problemática exclusiva de países en desarrollo; países como Bélgica, Alemania, Estados Unidos y Finlandia, son incluidos en las estadísticas por la presencia, a su interior, del incesto, la violación, la agresión y el hostigamiento sexual (Báez, 2000). Sin embargo, en lo que nos compete, debemos referir que el agresor de la mujer, en nuestro medio, en lo socio-familiar muestra carencias tales como la falta de un padre, real o simbólico, que lo apoye, controle, valore y brinde afecto; las relaciones familiares que ha tenido que vivir, en su hogar de origen, se caracterizan por la violencia, la falta de respeto, la humillación y maltrato hacia la madre (Báez, 2000).

En un ambiente así, no se puede esperar que la autoestima del colombiano sea la más indicada para su adaptabilidad, donde todos tengan igual derecho y deber. La autoestima, por tanto, no debe ser la más adecuada y se precisa en la actitud  hacia el sí mismo y la percepción que se tiene del otro. De la clínica del sujeto se colige que la violencia fomenta un yo cruel y masoquista. El sujeto de hoy quiere suicidarse y acabar con el otro. Son tan válidas las salidas fantasiosas como los acciones encaminadas a consumir psicoactivos y acentuar lo que se ¨es¨ mediante una sexualidad desbordada o la somatización de los conflictos. Los sentimientos de odio y rechazo no pueden producir más que un sujeto disgustado con su propio ser, por eso hace cosas que luego reprueba. El colombiano de hoy es inseguro en sí mismo, desconfía hasta de sus más cercanas figuras de protección; y es justo, porque los padres, en vez de orgullosos, están celosos de sus hijos, antes que motivarlos, degradan sus ilusiones; la mentira forma parte del legado que pasa de padres a hijos; los padres son ficciones, que en cualquier momento se rompen ante la cruda realidad. La inseguridad dada en su crianza, ocasiona fuertes lazos de dependencia que terminan siendo patológicos; solo así se explica el deseo de querer introyectarse en el otro, de tal manera que los pensamientos, sentimientos y acciones sean de pleno conocimiento del otro. En sus relaciones actuales la heteronomía es una constante que permite desfogar el poder despótico; la autonomía es mal vista, el deseo de ser auténtico es percibido como subversivo (Báez; Rodríguez; Cruz, 2002).

La violencia derivada de la vivencia de las fantasías, no queda relegada a los efectos. Así, se colige que sus límites yoicos no estén demarcados, invadiendo al otro, especialmente a sus parejas (por oposición al padre), violando y gozando cuantas veces pueda de sus objetos parciales. No aparece una concepción del otro como sujeto de la comunicación, sino un pragmatismo radical en el trato. De esta manera, podría afirmarse que el colombiano no puede integrar imaginación y símbolo con la realidad (Báez; Rodríguez; Cruz, 2002).

TRATANDO DE EXPLICAR UNA REALIDAD VIOLENTA

¿Estaremos en un proceso de formación, de evolución necesaria, para poder llegar a un Estado más depurado, donde se contenga la terrible tendencia al goce del placer, y el principio de realidad empiece a gobernar nuestra relación social? ¿Estaremos presenciando un período anímico caracterizado por la fase narcisista, donde el egoísmo es el modus vivendi del pueblo colombiano? O, ¿Acaso Colombia sea un Estado psicótico, sin un yo lo suficientemente estructurado, que le permita entender cuantas partes le pertenecen, y que no hay que golpear a alguna de ellas, tan propia de él como las demás, pero que en su delirio la asume extraña?

De acuerdo con Freud (1930), los fines y propósitos de la conducta del hombre son el alcanzar la felicidad; por un lado evitando el dolor y el displacer (principio de realidad) y por el otro, experimentando intensas sensaciones de placer (principio de placer). Claro, Freud deja sentado que es propio del que busca la felicidad, estar más dado a la obtención del placer (p.19) y que la disposición en torno a la ubicación en uno u otro polo depende de la constitución particular del psiquismo (p. 27). Esto querría decir que el hombre colombiano está interesado en su placer más que en evitar el dolor y el displacer; o en otras palabras, estaría gobernado más por el principio de placer que por el principio de realidad. Su motor es la impulsividad y menos la reflexión razonada. En definitiva, la manera como el colombiano se comporta, tendría su base en una forma particular de constitución psíquica que va más allá de las necesidades que el medio le plantea.

Ahora, si la forma para poder manejar la agresión se da a través de la introyección. Si la agresión se dirige hacia el propio yo en forma de superyó, asumiendo la conciencia moral (Freud, 1930, p.64); esto querría decir que el colombiano tiene un superyó muy laxo, lo suficientemente débil que no ocasiona los necesarios sentimientos de culpabilidad, los justos para permitir una conciencia moral acorde para que viva una mayoría.  Los sentimientos de culpabilidad, que son la manifestación de la tensión creada entre el superyó y el yo (Freud, 1930, p. 65), no están siendo lo extremadamente fuertes para poder crear una ética que favorezca a la mayoría. Siendo así, el dedo acusador, apuntaría a la familia y la escuela, representantes directos del superyó, y manifestantes de una cultura y una tradición que asume el principio del placer por encima del principio de realidad. El culto narcisista, el culto al placer, es la norma que se está imponiendo a los nuevos participantes de nuestra sociedad. Por tanto, no es de extrañar que la agresividad degenere en violencia en nuestra sociedad, pues cuando se trata de placer, el goce colectivo no conoce límites. Paradójicamente, el exceso de amor estaría acabando con nuestra gente; bien lo ha dicho Freud (1930), ¨jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos¨ (p. 26).  

Un nuevo planteamiento, emanado de la posición freudiana ante la religión, sugiere que el hombre colombiano está en un proceso de transición, en la búsqueda de la felicidad. La felicidad que antes le otorgara la religión está siendo rechazada para obtenerla por otros medios; la esperanza en alcanzar la dicha en otro reino, mediante el sufrimiento en esta vida terrenal, parece que ya no es motivación para el colombiano. La ilusión, fundada por la religión, cede, a pasos agigantados, ante la realidad; y es que la realidad no necesita defensores, ella se defiende sola. Si lo pensamos, esta posibilidad tiene mayor sentido, si sopesamos que hasta hace tan solo 55 años, las culturas que hoy se hacen llamar desarrolladas, y se ufanan de su estado de pacificación interna, estaban en la total barbarie –me refiero en especial a la segunda guerra mundial, sin olvidar por supuesto la primera, momentos cruentos que el mismo Freud debió vivir en carne propia. Hoy más que nunca se valida el dilema freudiano en nuestro país: ¨o mantener a estas masas  peligrosas en una absoluta ignorancia, evitando cuidadosamente toda ocasión de un despertar espiritual, o llevar a cabo una revisión fundamental  de las relaciones entre la civilización y la religión¨ (Freud, 1927, p. 177).

En Colombia, la decisión y necesidad de formar sociedad se camuflan en la dictadura de sociedad. Aunque muchos cuantos lo quisieran, el superyó freudiano no es fascista, tiende a la adaptación; pero olvidamos que sea izquierdo, derecho o de centro, el fascismo siempre será fascismo. La norma por la norma, el cumplimiento por el cumplimiento, enmascaran la falta de una verdadera meta comunal y de servicio grupal. Los sofismas y demagogias no permiten un verdadero proyecto social, en donde todos estén involucrados y responsabilizados de su parte en la construcción de una sociedad. Aun hoy es fácil escuchar discursos donde se ofrecen ríos de leche y miel sin pedir el menor esfuerzo al ciudadano; el maná todavía es esperado y algunos lo ofrecen sin pedir nada a cambio, más allá de un voto. Todavía se sigue manejando el sofisma del mal gobierno, como si el gobierno fuera una cosa impuesta como en la época del dominio español. La falta de apropiación de lo que es la participación política hace que se sigan manejando discursos que tuvieron su lugar hace quinientos años, cuando la corona enviaba sus propios administradores para salvaguardar la sana rentabilidad de territorios conquistados; hoy esos discursos emanan de forma inconsciente y nadie se preocupa de sus orígenes. En Colombia ser político es sinónimo de chanchullero y corrupto, y otros logos tomados de los peores epítetos, porque el imaginario colectivo homologa política con administración pública; al habitante promedio le es difícil comprender que político es todo aquel que forma parte activa de una sociedad y administrador público el que ocupa un puesto en la burocracia propia del manejo de un Estado. A nadie le es paradójico que los administradores cometan los atropellos de los que se les endilga, pues parece que ello es inherente al puesto, olvidando que dentro de una verdadera sociedad democrática son los ciudadanos los que colocan administradores y que, como tal, el primer deber del ciudadano es fiscalizarlos y controlarlos. El víctimismo se permite y seguimos esperando el reino de la equidad; son ellos los malos y otros los buenos, aquellos a los que nunca se le ha dado la posibilidad de gobernar. Pero llevamos más de 500 años ubicando a los buenos en los puestos administrativos para periódicamente cambiarlos bajo el firme criterio de que son malos. En nuestro país no es el poder el que corrompe sino la administración pública.

Igualmente, nuestros líderes siguen ofreciendo soluciones parroquianas y la masa se ilusiona con propuestas facilistas y, obnubilados en su pensamiento (líder y masa), no acatan a entender que las parcelas ya no se administran en solitario. Nadie acata, ni el líder ni la masa, a tomar con seriedad que la globalización ya es una realidad, o al menos que los comerciantes la entendieron hace mucho rato, y que las decisiones de un Estado están atrapadas en los lineamientos que los grandes conglomerados económicos imponen. Hoy vale más una ¨sugerencia¨ del Banco Mundial que el voto de los ciudadanos de un país; y sin embargo, nuestros grandes lideres proponen soluciones económicas irrealizables pero captadoras de votos, para finalmente terminar colocando de Ministro de Economía, a cualquier sabio para que desarrolle el manual que se debe seguir al pie de la letra y que desde afuera se impone por las grandes multinacionales.

En la actualidad colombiana se reaviva el mito freudiano de la muerte del padre a manos de sus hijos por causa de su despotismo e inequidad, pero esta vez referido ya no a individuos fuertes e individuos débiles sino a colectivos fuertes y colectivos débiles. Hoy la lucha ya no se da por las mujeres y la libre satisfacción sexual sino por otras necesidades básicas y propias al ser humano; el hambre y la falta de abrigo, en pleno siglo XXI, mueven nuestras luchas.  El trasfondo del mito, que va de la necesidad, la venganza, la culpa y la racionalidad, sigue su curso inexorable a nivel social. Colectivos fuertes que intentan desplazar a los colectivos débiles mediante la imposición de la fuerza, sin darse cuenta que no existe un ser tan débil que al unirse, no logre su cometido por imposible que parezca. Solo la conciencia de que no existe la sociedad invencible permitirá que entremos en razón; que justifiquemos y propendamos por un Estado más equitativo y provechoso para todos los que lo integran. Pero si este mito se ve claramente reflejado en la sociedad actual colombiana, no deja de mostrar también la realidad que se vive a nivel mundial, donde las comunidades autoproclamadas desarrolladas no han tomado conciencia del caldo de cultivo para la discordia, que están fomentando con su política internacional hacia los países denominados, por ellos mismos, tercermundistas.

PLANTEANDO UNA SOLUCION

Podríamos arriesgar como principio de solución al problema del país, una organización en base a líderes y grupos escalonados, cada vez más cercanos a cada uno de los miembros de la comunidad llamada Colombia. Me explico: si tuviésemos un líder por cada grupo pequeño, que a su vez se fuera uniendo en otros grupos bajo otros líderes, hasta llegar a un máximo líder, las posibilidades de mantener la cohesión y el bienestar de cada uno de los ciudadanos estaría, cada vez, más asegurada. En la actualidad podemos percibir la falta de un verdadero líder y liderazgo hacia una meta común que comprometa a todos los individuos que habitan en este territorio demarcado geográficamente y al que conocemos como Colombia. La meta de los colombianos no es clara; incluso, por falta de ella podríamos arriesgar diciendo que Estado no existe. Existe una Constitución que nos habla de derechos mas no de deberes, olvidando que la sociedad es un deber y no un derecho. En nuestra carta magna se precisan los derechos del niño, de la mujer, del pobre, del rico, del anciano y de todo cuanto habitante pueda albergar este territorio, pero difícilmente, o solo de soslayo, se refiere a los deberes que se tienen cuando se decide formar parte de una sociedad.  Sociedad en donde todos van hacia un objetivo común, con la conciencia de que toda acción beneficia a todos y no solamente a unos cuantos. La participación democrática debe ser el primer deber del colombiano, pero para esto, debe contar con el potencial necesariamente desarrollado. De nada sirve decretar la participación, cuando el promedio del ciudadano no está apto para hacerlo. Y es que el colombiano, así lo demuestran algunos estudios realizados a nivel de la participación estudiantil en el gobierno escolar, no está preparado para asumir su función en un estado verdaderamente democrático. Aquí se habla democráticamente y se actúa de forma autocrática, la actitud del colombiano ante la democracia no es clara; esos tres elementos –pensamiento, sentimiento y acción- que marcan un proceder no apuntan al mismo lugar.  

La cuestión no es si vamos a ser capitalistas, socialistas o comunistas, o todo aquello que se pueda hacer, sino saber que lo que se piensa, se siente y se pretende hacer va encaminado a un mismo objetivo. Tal vez, no seamos nosotros, los psicólogos, quienes debamos llamar al orden sobre cuál es el camino a seguir, pero sí los llamados a señalar que se debe seguir un camino y perseguir un fin. Ya ciertas formas de vida comunitaria, solamente con nombrarlas, causan escozor en muchos, y así mismo, las que causan escozor en algunos no la causan en otros.   La idea se podría sintetizar en el compromiso por un proyecto de vida en donde quepamos todos los colombianos o, en el peor de los casos, la mayoría. Si hemos de ser capitalistas que lo seamos, pero que todos estemos cobijados y beneficiados bajo esa mentalidad; lo mismo si se optara por ser socialista, o monarquista, o quien sabe qué más proyecto de vida y manejo político se pueda plantear en beneficio de un colectivo.

La vida, el bien más preciado de todos, no se respeta por motivos de bondad, sino de sobrevivencia individual y colectiva. Individuos y colectivos que no vean la necesidad de proteger la vida, tarde o temprano perecerán, de igual forma, que los condenados con anterioridad por ellos mismos. La vida es el requisito esencial para todo colectivo, es el valor por excelencia de toda sociedad que desee el bienestar para todos sus integrantes. La vida no se puede cegar por nada ni nadie, nunca habrá lugar para decretar la muerte bajo ninguna causa o circunstancia. Un simple virar del lenguaje puede ocasionar el principio de la inconformidad. Mientras se siga manejando el criterio de que unos hombres son asesinados y otros son dados de baja, la seguridad del colectivo seguirá estando en vilo. Cuando la vida de unos vale más que la de otros, en un mismo territorio, no podemos esperar la conformación de un Estado capaz de cumplir con los mínimos requisitos esperados para un colectivo. Lo que todos olvidamos, y los psicólogos debemos recordar al público con vehemencia, es que una vida, por más sencilla la persona, siempre exige venganza; y bajo ese criterio, pronto no quedará nadie en nuestro territorio. Cuantos de nuestros grandes adalides, que hoy presentan un proyecto social, sin ir más allá de un simple análisis, dejan notar que su verdadero móvil es el deseo de saciar la venganza por la muerte de su ser querido; y cuántos otros engrosamos las legiones de la muerte, enarbolando un proyecto social pero que en el fondo sabemos, nos mueve la muerte inesperada del familiar que amábamos.

Un proyecto educativo, conforme a un claro proyecto de vida estatal, se hace urgente. Pero un proyecto a largo plazo, y no a capricho del Ministro de Educación de turno ni a criterio de un padre ávido de satisfacciones pulsionales primarias. En la educación, se ha visto, es la familia la primera institución que debe asumirla en consecuencia con un proyecto macro, un proyecto social; en complemento, la escuela asume la responsabilidad de terminar el proceso de construcción de seres sociales. Cerrar un centro universitario, más para cobrar una deuda personal que para salvaguardar el proyecto estatal, no es propiamente una acción política; prohibir a los hijos desarrollar su sexualidad por celo al placer, más que a su beneficio físico y mental, no es propio de un padre con claro sentido del principio de realidad. La fortaleza moral del pueblo colombiano no se da en la educación de una generación sino a partir de educación de varias generaciones que encuentren una meta definida, clara y única para todos. La educación es bastión para la erradicación de la violencia; por tanto la educación no puede ser entregada a los particulares; la educación engloba el proyecto común y no debe ser la forma de vida de unos cuantos comerciantes o grupos privilegiados. Lo mínimo que se le pide a un proyecto educativo es que sea coherente con los principios del Estado, allá deberá perfilar la familia y la escuela. De otra manera, por más centros de educación que se tengan en un territorio y modelos de familia que se impongan, sólo se podrá tener mucho sabio y poco saber; y en el peor de los casos, saber y acción que no repercuten en la solución de las necesidades del Estado. Solo así podemos explicar que un Estado como Colombia, que tanto se ufana de tener cualquier cantidad de centros universitarios y defensor de la familia (C. N. Art. 42), mantenga un estado de violencia y desigualdad social como el presente. Mientras la educación sea lucro de particulares, y no corresponda al proyecto de un Estado, los niveles de violencia e informidad se harán cada vez más fuertes. Basta recordar que el verdadero proyecto educativo no busca hacer seres mansos, parasitarios y obedientes sino hombre creativos, productivos y concientes de su función social. El hombre educado aporta al Estado, no acepta el Estado; el hombre educado ama su Estado,  no lo odia, y esto sólo se da cuando siente respaldo a sus necesidades por parte de todos y cada uno de los hombres que lo conforman. 


Referencias
Báez, J. (2000). El contexto del abuso sexual. Universidad Nacional. Monografía de Grado.
Báez, J. (2002). La familia en Colombia. www. orbita.starmedia.com/~jairbaez.
Báez, J; Rodríguez, R; Cruz, U. (2002) Análisis de una realidad familiar. (Estudio de un caso). Asociación Pavas en www. orbita.starmedia.com/~asopavas.
Constitución Nacional de Colombia.
Defensoría del Pueblo. Niñas, niños y jóvenes desvinculados del conflicto armado. Noviembre 1998. Bogotá: Defensoría del pueblo.
Freud, S. (1915/1988). (Trad. López, B., L.). Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte en El malestar en la cultura. Madrid: Alianza.
Freud, S. (1921/1970). (Trad. López, B., L.). Psicología de las masas. Madrid: Alianza.
Freud, S. (1923/1984). (Trad. López, B., L; Rey, A., R.). El yo y el ello. Madrid: Alianza.
Freud, S. (1927/1970). (Trad. López, B., L.). El porvenir de una ilusión  en Psicología de las masas. Madrid: Alianza.
Freud, S. (1930/1988). (Trad. Rey, A., R.). El malestar en la cultura. Madrid: Alianza.
Freud, S. (1931/1983). (Trad. Rey, A., R.). Sobre los tipos libidinales en Tres ensayos sobre teoría sexual. Madrid: Alianza.


[1] Reflexiones del autor después de servir como facilitador del taller sobre manejo de la violencia en un grupo de niños de grado tercero elemental perteneciente a la escuela de una comunidad en alto riesgo.