Se debe buscar, con la mayor presteza, información que corrobore
lo sucedido, por tanto un diagnóstico médico-clínico es fundamental[1]. Buscar la ayuda de un odontólogo forense para
que haga un examen diagnóstico en la consecución de pruebas que corroboren el
delito[2]. Los síntomas de trauma físico no son muy
comunes, pero se debe estar alerta ante la dificultad al caminar o al sentarse;
dolores, hinchazones, comezones, contusiones o sangrados en las áreas
genitales; manchas de sangre o flujo en la ropa interior; evidencia de
enfermedades de transmisión sexual; presencia de cuerpos extraños en la vagina
o en el recto[3].
Conocido el abuso se debe impedir inmediatamente su continuidad;
de lo contrario el niño perderá la confianza en el depositario de su
confesión. Muchas veces es favorable
separarlo del lado de la familia, con la que convive normalmente, por un
tiempo, no importa que el abusador ya no se encuentre en el hogar. No es conveniente su reclusión en un lugar
donde hayan otros niños abusados sexualmente; la tendencia a la repetición, de
los eventos que propiciaron algún placer, se alza como un obstáculo para crear
programas de tratamiento y asistencia conjunta.
Se le debe dar suficiente confianza y se le debe informar sobre la disposición
de ayuda que encontrará en los profesionales; no se le debe dar mensajes que el
niño pueda interpretar como juzgamiento e inculpación; ser sinceros con el
menor respecto de lo que puede suceder; incitarlo a relatar el supuesto
secreto, protegerlo de nuevos abusos[4].
Indicadores emocionales que permiten confiar más en la veracidad
de lo que dice el menor abusado sexualmente son: desordenes en su alimentación,
miedo a dormir solo, padecer pesadillas, manifestar ansiedad de desapego,
presentar enuresis, encopresis, presentar regresiones del lenguaje, mantener
conversaciones y actividades clandestinas sobre sexo, masturbación, realizar
posturas sexuales agresivas, mostrar hiperactividad, comprobársele cambios de
conducta en la escuela, pataletas, depresión, hipocondría, agresividad, baja
autoestima, problemas de memoria, aislamiento, intento de suicidio,
automutilaciones, abuso de drogas psicoactivas, fobias[5].
Se recomienda entrar en interrelación con otras personas que estén
en contacto con la familia o de la familia; se debe sopesar la madurez de los
padres para hacerles saber el hecho de que su hijo ha sido abusado. Hacer entrevistas con el padre no abusador;
no alarmar más de lo necesario; programar entrevista con el posible abusador;
separar al abusador del abusado y la familia[6]. Hay que involucrar a toda la familia del
abusado en la terapia; entrenar al niño y a la familia en comportamientos de
protección y autoprotección; restaurar la estima. A los niños abusados, en su edad de
adolescentes se les debe enfatizar la educación sexual y el conocimiento de
formas de planificación familiar[7].
Según Thompson, “los niños están listos para dejar la terapia
cuando pueden contar la historia del abuso y, correctamente, echarle la culpa
al que abusó de ellos, cuando pueden protegerse a sí mismos, cuando sus
síntomas de terror (como pesadillas y desordenes alimenticios) han desaparecido
o están desapareciendo rápidamente, y cuando están progresando en su desarrollo
en general”[8].
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comente este artículo.