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miércoles, 16 de febrero de 2011

PARA COMPRENDER LA REALIDAD DE LA GUERRA


PARA COMPRENDER LA REALIDAD DE LA GUERRA

Jairo Báez
Psicólogo


El punto más intenso y más rico de una civilización, frágil y maravilloso al mismo tiempo, es, precisamente, el que consiste en un encuentro o un choque entre fuerzas antagónicas.

Stéphane Lupasco


Desde la posición de psicólogos sociales, que lideran y jalonan una comunidad, cómo se podría aportar al manejo del problema de la violencia en Colombia.

Haciendo un recorrido por los aportes de los textos sociales de Freud, se intenta plantear el recorrido de la agresividad a la violencia y en ésta, el paso de la violencia física a la violencia simbólica. La pregunta fundamental gira en torno a la presencia de la violencia en Colombia como vehículo culturizador y la disyuntiva en responder si la violencia simbólica debe obviarse en la relación del sujeto consigo mismo y, con el otro, en su relación socio-cultural. Mínimamente se hace necesario el deslinde de la agresividad, esa actitud tendiente a hacer daño o imponerse por la fuerza ante otro, de la violencia, que siendo agresividad, se expresa sin que traiga beneficio alguno; antes al contrario, que conlleva destrucción. Se tiene como linderos: de la agresividad a la violencia, de la agresividad a la violencia como vehículo culturizador, de la violencia física a la violencia simbólica, la institucionalización de la violencia, la cura de la violencia, ¿Se puede intervenir desde la psicodinámica en la violencia?, ¿Cómo intervenir desde la psicodinámica en la violencia?

LA POSICIÓN FREUDIANA

En Freud ha estado presente la idea de comparar la evolución del individuo con la evolución de la sociedad y viceversa. La observación del tránsito del individuo por su desarrollo, permite colegir idénticas situaciones en el tránsito de la sociedad;  y observaciones del trascurso evolutivo de la sociedad permiten buscar ciertos estados en el individuo. La filogenética valida la ontogenética y la ontogenética la filogenética.  Dirá alguna vez que ¨el individuo participa en el proceso evolutivo de la humanidad, recorriendo al mismo tiempo el camino de su propia vida¨ (1930, p. 82).

La brecha entre psicología individual y psicología social en Freud (1921), no es tan marcada como algunos quieren hacernos creer a partir de una lectura superficial, y rápida de alguna parte de su obra. Si algo queda claro, cuando se tiene la paciencia de recorrer su obra, es que la vida anímica individual no puede referirse si no se tiene presente siempre al << otro>>, como modelo, objeto, auxiliar o adversario. Para Freud la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio y plenamente justificado (p. 9). Sí, claro está, en la obra de Freud, el hombre no es un ser social por naturaleza, tampoco es un ser gregario, dispuesto a sacrificarse por el otro; sin embargo, el hombre es un animal de horda, que necesita del otro (p. 59).

En la obra freudiana aparecen varias conceptos que se deben tener presente si hemos de dar comprensión a la situación por la cual atraviesa nuestro país, o explicar mínimamente una sociedad tan compungida como la nuestra. El primero de ellos es el concepto de Cultura el cual es definido por Freud (1930) como el total de todas las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y las que tienen dos fines precisos: proteger al hombre contra la Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí (p.33); para él son culturales todas las actividades y los bienes útiles para el hombre, tales como poner la tierra a su servicio y las que lo protegen contra la fuerza de los elementos (p. 34). No obstante, señala el desequilibrio palpable donde, en el dominio de la naturaleza  la humanidad ha realizado continuos y significativos progresos, aquellos que se pueden seguir esperando aún con mayor éxito, y sin embargo no poder hablarse de un progreso análogo en la regulación de las relaciones humanas (Freud, 1927, p. 143). Así mismo plantea la necesidad de la imposición coercitiva de la cultura, pues tiene por seguro que el hombre en masa se asume perezoso e ignorante, incapaz de admitir gustoso la renuncia de sus instintos (incesto, canibalismo, homicidio) y en cambio sí dado a confabular para lograr su satisfacción (1927, pp. 144, 147-148). Freud (1927) es claro en el sentido que en una cultura, donde no se satisface a la mayoría de sus partícipes, la rebelión se hace inminente y por tanto su desaparición será un hecho irrefutable (p. 149) y en cambio reconoce el elevado nivel cultural de un país cuando comprueba que en ¨él se realiza con perfección y eficacia cuanto atañe a la explotación de la tierra por el hombre y la protección de éste contra las fuerzas elementales¨ (1930, p. 35). Un país mostraría su nivel cultural también por su valoración y primacía de las actividades psíquicas superiores, intelectuales, científicas y artísticas, por el poder de las ideas en él. De aquí que rescate la sublimación de los instintos como el elemento constituyente cultural más sobresaliente de todo pueblo civilizado (1930, p. 37-38, 41). Según Freud, el poderío de la comunidad es el derecho, y el poderío del individuo es la fuerza bruta, y el paso del poderío individual al poderío de la cultura es lo que se denomina cultura (1930, p. 39). 

En El Malestar en la Cultura (1930), Freud hace el planteamiento de la cultura en los siguientes términos: Ve en ella, cómo primer requisito, la justicia y la seguridad de que el orden jurídico no será violado a favor de un individuo; supone que la libertad individual no es propiamente el bien de la cultura (p. 39). Señala como problema, que debe afrontar el destino humano, aquel del equilibrio de una felicidad para todos, o si acaso esto sería imposible de lograr (p. 40). Señala como principales fuentes de sufrimiento del hombre el cuerpo, el medio externo y las relaciones con otros seres humanos, siendo esta última la más dolorosa (p. 20). En este texto, al igual que en otros anteriores, muestra la cultura como un proceso evolutivo, donde el despotismo y la autoridad del individuo cede ante el criterio de un colectivo conciente de ello; la cultura parte de una familia primitiva donde el jefe (padre) tenía la voluntad y el poder ilimitados (p. 43). La evolución cultural se define aquí como la lucha de la especie humana por la vida (p. 63); en esta evolución el hombre paga el precio del progreso cultural tasado en pérdida de felicidad y representado en el aumento del sentimiento de culpabilidad; por su parte la cultura está obligada a realizar los esfuerzos para poner barreras a las tendencias agresivas y lesivas, constitutivas del hombre, mediante las formaciones reactivas (pp. 53, 75). Recordemos que Freud siempre vio en la sublimación, el mecanismo reactivo cultural por excelencia.

En El Porvenir de una Ilusión (1927) la posición de Freud es tajante en el sentido de un hombre obligado a ser un sujeto social, y por tanto perenne será la presencia de los factores inherentes a destruir la cultura. La falta de amor al trabajo y la exacerbación de las pasiones sería el sino del hombre. De ahí la insuperable necesidad de hombres privilegiados que conduzcan, subyuguen y sometan a la masa. Freud, aunque nunca tomó partido serio en torno a la revolución socialista, y más bien quiso ver los resultados a largo plazo, siempre la vio con desconfianza en la medida en que dudaba del potencial social del hombre. Hoy cuando la Cortina ha caído, la reticencia de Freud se hace evidente. ¿Será posible ahora afirmar que el hombre no está preparado para asumir un mundo equitativo y justo para todos, que el hombre socialista es una utopía que no se verá realizada en corto tiempo? Sin embargo el experimento es válido y es hora de empezar a hacer los análisis pertinentes, teniendo presente la hipótesis de Freud, o buscando a dónde estuvo la falla de la gran ilusión; un mundo mucho más justo para todos.

En el planteamiento social, Freud (1930) comparte con Hobbes la sentencia de que el hombre es un lobo para el hombre (p. 54); en el hombre civilizado, y tanto más en el primitivo, está presente el deseo de satisfacer sus más mezquinos instintos, la codicia, el fraude, la calumnia, su desenfreno sexual y la agresividad; siempre que pueda evadir el castigo estará gustoso y presto a cometer cualquier atropello contra su semejante (1927, pp. 148-149). Ante esto, la vida en común entre humanos solo es posible cuando la mayoría se reúne, demuestra y se concientiza que siempre que esté junta será más poderosa que cualquier individuo (Freud, 1930, p. 39).  La justicia social, de está manera, significa una renuncia individual de aquellas cosas que por ser de apetencia de todos, en lo particular, deben ser motivo de renuncia por todo el colectivo; nadie en particular lo podrá poseer, es el principio de la justicia freudiana (1921, p. 58).

Otro concepto clave, para entender la socialización es el de la  Agresividad. Freud (1930) señala que la agresividad respondería a un patrón filogenético derivada de una historia de acérrima agresividad del padre (p. 72). El hombre  no es, tan sólo, una criatura tierna y necesitada de amor, que únicamente atacaría para defenderse; en el ser humano yacen disposiciones instintivas a la agresión (p. 53). En condiciones favorables, dice Freud,  cuando desaparecen las fuerzas antagónicas que inhiben la agresividad, ésta se manifiesta espontáneamente, ¨desenmascarando al hombre como bestia salvaje que no conoce el menor respeto por los seres de su propia especie.¨ (p. 53). El autor ve al hombre como un ser con una tendencia innata  a la agresividad que está más allá de la relación con la propiedad, la familia o el objeto sexual, a pesar  que sea allí donde la observemos con mayor facilidad (p. 55). No niega las ventajas que traería el abolir la propiedad privada para la disminución de la agresividad en el hombre y mantener sus buenas relaciones con los otros, pero no lo cree suficiente para acabar su potencial agresivo (p. 55, 86). La agresividad es el descendiente y representante del instinto de muerte (p. 63).

Unido a este concepto de la agresividad, debemos rescatar el concepto de la Guerra, que por extensión debemos relacionar con el de violencia. Para Freud (1915) la guerra va más allá de la tendencia agresiva. Estaba convencido que las guerras no terminan mientras los hombres vivan en diferentes condiciones de existencia; mientras la vida de un individuo tenga un valor diferente al de otro,  y se mantengan los odios entre ellos (p. 97), y mientras el Estado se abone el derecho a la injusticia, para ejercerla más que para abolirla. La guerra es propia de los colectivos, pero afianzada en la fortaleza que permiten los instintos y la debilidad de la cultura reinante; una comunidad que no reprocha la barbarie está permitiendo la eclosión de los ¨malos¨ instintos, permitiendo que los hombres desplieguen en sus actos la crueldad, la malicia, la traición y la brutalidad, factores muy propios y constitutivos (p. 102). La solución a la guerra viene del exterior, mediante la creación y continuidad de una educación, ubicada como factor coercitivo que represente las exigencias de la civilización; sólo así, mediante una primera imposición externa, se puede fortalecer una coerción interna al individuo (p. 104).

El concepto de Masa o Colectivo también fue motivo de intriga para Freud en el momento de analizar al hombre como ser social. En su artículo Psicología de las Masas (1921) hace una revisión de lo dicho sobre el tema para lanzar sus hipótesis al respecto; entre ellos destaca los trabajos de Le Bon (las masas primitivas), Mac Dougall (masas organizadas), Trotter (instinto gregario). La pregunta de base de Freud, en este texto, es el por qué un individuo con determinado y particular carácter, en determinadas condiciones, se deja arrastrar por la forma de sentir, pensar y actuar de una masa, de un colectivo. La respuesta la da en consecuencia con el hecho que en un proceso de masificación la afectividad aumenta y la intelectualidad disminuye, haciendo la salvedad que en la medida que la masa se organiza este fenómeno se va contrarrestando (p. 26). Una masa primitiva, mínimamente organizada, vendría a ser una reunión de individuos que ha reemplazado su ideal del yo por un mismo objeto, y por consecuencia se establecería entre ellos una identificación del yo, general y recíproca ( p. 53); el autor nos recuerda que el ideal del yo es una parte adscrita al yo que tiene como función la autoobservación, la conciencia moral, la censura onírica y la influencia principal en la represión (p. 47). En un artículo posterior, El Yo y El Ello (1923), nos deja en claro que el concepto ideal del yo es el mismo superyó (p. 21). El comienzo de la organización del colectivo se vería en los ejemplos rescatables de la Iglesia y el Ejercito; éstas organizaciones serían ejemplos de masas artificiales donde actúa una coerción exterior encaminada a preservarlas de la disolución y mantener sus estructuras¨ ( pp. 31-32). Cuando un individuo entra a formar parte de una masa lo primero que encuentra son las condiciones que le permiten suprimir sus represiones sobre las tendencias inconscientes primarias (p. 14); en esencia lo que encuentra en la reunión con otros hombres es la salida a sus relaciones de amor y la posibilidad de unirse afectivamente (p. 31). Solo el amor y las relaciones afectivas justificarían la aceptación de un líder y de los otros en un colectivo (Freud, 1921, p. 55). La parte negativa del amor recibido, es la posibilidad a que se ve expuesta la masa a ser seducida o sugestionada; el problema no lo indica Freud en el hecho de ser sugestionado –pues es inherente e irreducible al ser humano-, sino hacia dónde apunta dicha sugestión (p. 28). En un momento posterior, Freud se lamenta de tanto saber y poca práctica: ¿de qué sirve el análisis más penetrante de las neurosis sociales, si nadie posee la autoridad necesaria para imponer a las masas la solución correspondiente? (Freud, 1930, p. 86).

Freud en el artículo, El Porvenir de una Ilusión (1927), donde vuelve a tratar el concepto del colectivo, señala que en una masa primaria el individuo podrá dar salida a urgencias negadas como el incesto, el canibalismo y el homicidio y otras necesidades primarias, que de hecho atentan contra toda pretensión cultural (pp. 147-148); por tanto presupone que la necesidad del dominio de la masa por una minoría, o por un líder, será imprescindible para la labor cultural, ¨pues las masas son perezosas e ignorantes, no admiten gustosas la renuncia al instinto, siendo útiles cuantos argumentos se aduzcan para convencerlas de lo inevitable de tal renuncia, y sus individuos se  apoyan unos a otros en la tolerancia de su desenfreno¨ (p. 144). En  este artículo se percibe la idea de que las masas se estabilizan, al interior, mediante la degustación del sufrimiento de otra. Los individuos menos favorecidos dentro de una masa, pueden entrar a apaciguar sus intentos de destrucción de su cultura si a cambio se les ofrece la posibilidad de observar o ser conscientes que otros, lejos de su propia comunidad, son todavía más ofendidos y se encuentran en una situación peor a la de ellos. De hecho, el chivo expiatorio como necesidad, para que se mantenga una masa está siempre presente en la teoría freudiana, ya sea mediante la ubicación como objeto de odio, objeto temido, u objeto desvalorizado.

Freud señala con el término de Narcisismo de las Pequeñas Diferencias a la tendencia a pelearse entre comunidades vecinas (1930, p. 56). En estos sentimientos de repulsión y de aversión hacia personas extrañas, pero con las cuales se debe entrar en contacto, Freud ve la expresión del narcisismo, que tiende a afirmarse y que se conduce como si la menor desviación y las particularidades individuales implicase un delito y una necesidad de cambiarlas (1921, p. 40). En la dinámica social del narcisista no todos caben en su yo, ¨siempre se podrá vincular amorosamente entre sí a mayor número de hombres, con la condición de que sobren otros en quienes descargar los golpes.¨ (Freud, 1930, p. 55). Recordemos que al hacer una clasificación de los sujetos en términos del desarrollo y anclaje libidinal Freud (1931), señalaba a los narcisistas más bien en términos negativos; en ellos el yo y el superyó no se encuentran en gran tensión, no predominan las necesidades eróticas, siendo su  interés primordial la autoconservación, mostrándose independientes e intrépidos; su yo  es agresivo y activo; no obstante se distinguen como <>, que se muestran dispuestas a apoyar el prójimo, son líderes y propulsores del desarrollo cultural y quebrantadores del estatus quo (p. 116).

La Ilusión es otro de los conceptos que deben ser retomados para entender la sociedad freudiana; en el pensamiento de Freud (1927) la religión es una ilusión, que será tarde o temprano abandonada  debido a los embates propios de una sociedad que progresa (p. 181). Pero igualmente, pone en entredicho, si otros de nuestros defendidos valores culturales no son meras ilusiones propias de la misma suerte, como las instituciones estatales y las relaciones entre los sexos y la sexualidad  (p. 171).

Un concepto más es el Sentimiento de Culpabilidad, tan esencial si se ha de pensar en la socialización. El sentimiento de culpabilidad es propio del aquel que ve su deseo cumplido; auque no es necesario llegar a la acción, la sola intención del cumplimiento es ya motivo de culpa (Freud, 1930, p. 65); aquí el pensar ya es motivo de culpa. Se origina en el miedo a la autoridad y el temor al superyó (p. 68); que, en lo cultural, parte de la familia y se extiende a toda figura de autoridad social que impone y salvaguarda la norma. La fundamentación de un superyó es cuestión que trasciende la historia del sujeto y se alarga a través de la historia de una cultura y una constitución biológica (Freud, 1923, pp. 21-31). Por tanto no solamente la educación del sujeto será motivo halagüeño para asegurar la socialización; aunque es fundamental, no la garantiza (Freud, 1930, pp. 71-72). El superyó cultural elabora sus ideales y erige sus normas, las que se refieren a las relaciones entre los seres humanos que conocemos normalmente bajo el concepto de la ética. El superyó, a partir de la ética, aborda el punto más vulnerable de toda cultura.  (p. 84). El cargo de conciencia dirá Freud, es el temor a perder el amor, es angustia social. ( p. 66). Ya antes, nos había señalado cómo la mayor fuente de sufrimiento del hombre emana, precisamente, de las relaciones con otros hombres.

UNA REALIDAD VIOLENTA

En un análisis previo, (Báez, 2002), ya hemos señalado algunos niveles de violencia que soporta la familia colombiana, los que podrían referir a una sociedad dada y de la cual nos compete como psicólogos sociales interesados en el psiquismo inherente a la guerra. Así declarábamos que para 1996, por cada 13 hombres que murieron por arma de fuego murió una mujer; por cada 10 hombres que murieron por arma blanca murió una mujer en igual condición; por cada cuatro hombres que murieron en accidente de transito murió una mujer. Para 1997, por cada 4 hombres que se suicidan, se suicida una mujer; los meses del año preferidos por los colombianos para suicidarse son septiembre y diciembre. Comparados estos datos con las estadísticas del año 2000 y 2001, las tendencias de muerte violenta se mantienen estables. En general, por muerte violenta, el hombre entrega 10 veces más víctimas que la mujer. (Análisis de las últimas estadística entregadas por Medicina Legal, 2002).

Desde la Constitución Nacional, las relaciones familiares se basan en la igualdad de derechos y deberes de la pareja y en el respeto recíproco entre todos sus integrantes, donde cualquier forma de violencia en la familia se consideraría destructiva de su armonía y unidad, siendo sancionada conforme a la ley (Art. 42). No obstante, la violencia intrafamiliar colombiana refiere que uno de cada cinco hombres le ha pegado, alguna vez, a su cónyuge; en el 2001 los cónyuges maltratados por su pareja llegaron a cuarenta mil, siendo la proporción de 10 mujeres maltratadas por cada hombre víctima del mismo fenómeno (Báez, 2002). La forma como los niños se apropian de los comportamientos violentos muestra directamente el grado de violencia que las personas mayores (padre, madre, hermanos, tutores, vecinos) ejercen sobre ellos. La forma de corrección más utilizada es la violencia física y verbal; utilización de castigos físicos exagerados y palabras soeces y en alto tono[1], la violencia al menor, al interior de la familia, no distingue que sea niño o niña el agredido (Cf. Medicina Legal, 2001).

De nuevo, si hacemos referencia a la Constitución Nacional, serían derechos fundamentales de los niños: la vida, la integridad física, la salud y la seguridad social, la alimentación equilibrada, su nombre y nacionalidad, tener una familia y no ser separados de ella, el cuidado y el amor, la educación y la cultura, la recreación y la libre expresión de su opinión. Igualmente, serían protegidos contra toda forma de abandono, violencia física o moral, secuestro, venta, abuso sexual, explotación laboral o económica y trabajos riesgosos. Gozando también de los demás derechos consagrados en la Constitución, en las leyes y en los Tratados Internacionales ratificados por Colombia (Art. 44). Pero la realidad apunta a cómo el nacimiento de hijos no deseados es el principal factor que posibilita la gran mayoría de las problemáticas que padece nuestra actual sociedad. Para señalar algunas, la explosión demográfica, el maltrato infantil, el aumento de la delincuencia, la drogadicción, el alcoholismo, la violencia indiscriminada y muchas patologías de índole mental tendrían su fundamento en nuestro falso humanismo, que propende por el derecho a la vida, sin fijar parámetros de calidad en la misma. Así mismo, la situación sociopolítica actual del país, permite ver con frecuencia en el niño desplazado, a nivel psicológico,  el miedo, el temor a la guerra y la violencia, la desconfianza ante todo tipo de personas, la pérdida de confianza en un proyecto de vida, e impotencia para tomar decisiones; los sentimientos de venganza comunes en ellos, añorando la vinculación a los medios que les permitan hacerlos realidad. En estos niños es propio la falta del procesamiento de duelos que degeneran en conflictos emocionales agudos (Defensoría del Pueblo, 1998, p. 26)

Con los nuevos espacios, -trabajo asalariado, estudios académicos, fuerzas militares constitucionales y subversivas- la mujer se aleja cada vez más de la casa. El hogar, la casa, el cuidado de los niños, las labores domésticas son espacios que nadie quiere ocupar; los hijos se crían cada vez más alejados de sus padres, pasan menos tiempo juntos y más tiempo con personas extrañas a la familia o con familiares en segundo grado. La mujer  ocupa espacios que antes no le eran permitidos, el discurso de género se acentúa, surgen especializaciones universitarias y grupos de trabajo e investigación liderados por ellas, con ánimos de lograr su total emancipación de lo que antes fuera su yugo. El machismo y la falta de reconocimiento a su potencial siguen siendo temas que aún no se agotan en su discurso. El hombre colombiano actual sigue siendo percibido como el victimario y nunca la víctima; sin embargo, el estrés, la hipomanía, la drogadicción y la violencia cobran más hombres que mujeres en su morbilidad y mortalidad (Báez, 2002). La mujer, en nuestro medio, sigue siendo motivo de cohesión colectiva. El intercambio rompe cualquier discriminación, une razas, clases sociales, gustos estéticos, y demás atavismos que intentan neutralizar la ampliación del grupo de referencia. La mujer sigue siendo el valor de aquel, señalado como, de menor valía; no obstante su emancipación, sigue siendo motivo de trueque por otros bienes terrenales de difícil adquisición para la gran mayoría, los desposeídos. Es la plusvalía del pobre, del negro, del subdesarrollado, del ignorante. La mujer se canjea por bienes materiales lo mismo que por bienes sociales. Como se puede apreciar, ante este panorama, el hogar tiende a desaparecer; ese lugar de crianza, formación y relación familiar, pasa a ser solamente el lugar para dormir.

Problemas que tiene que afrontar el país, muchos no son de su exclusividad ni su tercermundismo. Para la muestra, la violencia sexual contra la mujer que no es una problemática exclusiva de países en desarrollo; países como Bélgica, Alemania, Estados Unidos y Finlandia, son incluidos en las estadísticas por la presencia, a su interior, del incesto, la violación, la agresión y el hostigamiento sexual (Báez, 2000). Sin embargo, en lo que nos compete, debemos referir que el agresor de la mujer, en nuestro medio, en lo socio-familiar muestra carencias tales como la falta de un padre, real o simbólico, que lo apoye, controle, valore y brinde afecto; las relaciones familiares que ha tenido que vivir, en su hogar de origen, se caracterizan por la violencia, la falta de respeto, la humillación y maltrato hacia la madre (Báez, 2000).

En un ambiente así, no se puede esperar que la autoestima del colombiano sea la más indicada para su adaptabilidad, donde todos tengan igual derecho y deber. La autoestima, por tanto, no debe ser la más adecuada y se precisa en la actitud  hacia el sí mismo y la percepción que se tiene del otro. De la clínica del sujeto se colige que la violencia fomenta un yo cruel y masoquista. El sujeto de hoy quiere suicidarse y acabar con el otro. Son tan válidas las salidas fantasiosas como los acciones encaminadas a consumir psicoactivos y acentuar lo que se ¨es¨ mediante una sexualidad desbordada o la somatización de los conflictos. Los sentimientos de odio y rechazo no pueden producir más que un sujeto disgustado con su propio ser, por eso hace cosas que luego reprueba. El colombiano de hoy es inseguro en sí mismo, desconfía hasta de sus más cercanas figuras de protección; y es justo, porque los padres, en vez de orgullosos, están celosos de sus hijos, antes que motivarlos, degradan sus ilusiones; la mentira forma parte del legado que pasa de padres a hijos; los padres son ficciones, que en cualquier momento se rompen ante la cruda realidad. La inseguridad dada en su crianza, ocasiona fuertes lazos de dependencia que terminan siendo patológicos; solo así se explica el deseo de querer introyectarse en el otro, de tal manera que los pensamientos, sentimientos y acciones sean de pleno conocimiento del otro. En sus relaciones actuales la heteronomía es una constante que permite desfogar el poder despótico; la autonomía es mal vista, el deseo de ser auténtico es percibido como subversivo (Báez; Rodríguez; Cruz, 2002).

La violencia derivada de la vivencia de las fantasías, no queda relegada a los efectos. Así, se colige que sus límites yoicos no estén demarcados, invadiendo al otro, especialmente a sus parejas (por oposición al padre), violando y gozando cuantas veces pueda de sus objetos parciales. No aparece una concepción del otro como sujeto de la comunicación, sino un pragmatismo radical en el trato. De esta manera, podría afirmarse que el colombiano no puede integrar imaginación y símbolo con la realidad (Báez; Rodríguez; Cruz, 2002).

TRATANDO DE EXPLICAR UNA REALIDAD VIOLENTA

¿Estaremos en un proceso de formación, de evolución necesaria, para poder llegar a un Estado más depurado, donde se contenga la terrible tendencia al goce del placer, y el principio de realidad empiece a gobernar nuestra relación social? ¿Estaremos presenciando un período anímico caracterizado por la fase narcisista, donde el egoísmo es el modus vivendi del pueblo colombiano? O, ¿Acaso Colombia sea un Estado psicótico, sin un yo lo suficientemente estructurado, que le permita entender cuantas partes le pertenecen, y que no hay que golpear a alguna de ellas, tan propia de él como las demás, pero que en su delirio la asume extraña?

De acuerdo con Freud (1930), los fines y propósitos de la conducta del hombre son el alcanzar la felicidad; por un lado evitando el dolor y el displacer (principio de realidad) y por el otro, experimentando intensas sensaciones de placer (principio de placer). Claro, Freud deja sentado que es propio del que busca la felicidad, estar más dado a la obtención del placer (p.19) y que la disposición en torno a la ubicación en uno u otro polo depende de la constitución particular del psiquismo (p. 27). Esto querría decir que el hombre colombiano está interesado en su placer más que en evitar el dolor y el displacer; o en otras palabras, estaría gobernado más por el principio de placer que por el principio de realidad. Su motor es la impulsividad y menos la reflexión razonada. En definitiva, la manera como el colombiano se comporta, tendría su base en una forma particular de constitución psíquica que va más allá de las necesidades que el medio le plantea.

Ahora, si la forma para poder manejar la agresión se da a través de la introyección. Si la agresión se dirige hacia el propio yo en forma de superyó, asumiendo la conciencia moral (Freud, 1930, p.64); esto querría decir que el colombiano tiene un superyó muy laxo, lo suficientemente débil que no ocasiona los necesarios sentimientos de culpabilidad, los justos para permitir una conciencia moral acorde para que viva una mayoría.  Los sentimientos de culpabilidad, que son la manifestación de la tensión creada entre el superyó y el yo (Freud, 1930, p. 65), no están siendo lo extremadamente fuertes para poder crear una ética que favorezca a la mayoría. Siendo así, el dedo acusador, apuntaría a la familia y la escuela, representantes directos del superyó, y manifestantes de una cultura y una tradición que asume el principio del placer por encima del principio de realidad. El culto narcisista, el culto al placer, es la norma que se está imponiendo a los nuevos participantes de nuestra sociedad. Por tanto, no es de extrañar que la agresividad degenere en violencia en nuestra sociedad, pues cuando se trata de placer, el goce colectivo no conoce límites. Paradójicamente, el exceso de amor estaría acabando con nuestra gente; bien lo ha dicho Freud (1930), ¨jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos¨ (p. 26).  

Un nuevo planteamiento, emanado de la posición freudiana ante la religión, sugiere que el hombre colombiano está en un proceso de transición, en la búsqueda de la felicidad. La felicidad que antes le otorgara la religión está siendo rechazada para obtenerla por otros medios; la esperanza en alcanzar la dicha en otro reino, mediante el sufrimiento en esta vida terrenal, parece que ya no es motivación para el colombiano. La ilusión, fundada por la religión, cede, a pasos agigantados, ante la realidad; y es que la realidad no necesita defensores, ella se defiende sola. Si lo pensamos, esta posibilidad tiene mayor sentido, si sopesamos que hasta hace tan solo 55 años, las culturas que hoy se hacen llamar desarrolladas, y se ufanan de su estado de pacificación interna, estaban en la total barbarie –me refiero en especial a la segunda guerra mundial, sin olvidar por supuesto la primera, momentos cruentos que el mismo Freud debió vivir en carne propia. Hoy más que nunca se valida el dilema freudiano en nuestro país: ¨o mantener a estas masas  peligrosas en una absoluta ignorancia, evitando cuidadosamente toda ocasión de un despertar espiritual, o llevar a cabo una revisión fundamental  de las relaciones entre la civilización y la religión¨ (Freud, 1927, p. 177).

En Colombia, la decisión y necesidad de formar sociedad se camuflan en la dictadura de sociedad. Aunque muchos cuantos lo quisieran, el superyó freudiano no es fascista, tiende a la adaptación; pero olvidamos que sea izquierdo, derecho o de centro, el fascismo siempre será fascismo. La norma por la norma, el cumplimiento por el cumplimiento, enmascaran la falta de una verdadera meta comunal y de servicio grupal. Los sofismas y demagogias no permiten un verdadero proyecto social, en donde todos estén involucrados y responsabilizados de su parte en la construcción de una sociedad. Aun hoy es fácil escuchar discursos donde se ofrecen ríos de leche y miel sin pedir el menor esfuerzo al ciudadano; el maná todavía es esperado y algunos lo ofrecen sin pedir nada a cambio, más allá de un voto. Todavía se sigue manejando el sofisma del mal gobierno, como si el gobierno fuera una cosa impuesta como en la época del dominio español. La falta de apropiación de lo que es la participación política hace que se sigan manejando discursos que tuvieron su lugar hace quinientos años, cuando la corona enviaba sus propios administradores para salvaguardar la sana rentabilidad de territorios conquistados; hoy esos discursos emanan de forma inconsciente y nadie se preocupa de sus orígenes. En Colombia ser político es sinónimo de chanchullero y corrupto, y otros logos tomados de los peores epítetos, porque el imaginario colectivo homologa política con administración pública; al habitante promedio le es difícil comprender que político es todo aquel que forma parte activa de una sociedad y administrador público el que ocupa un puesto en la burocracia propia del manejo de un Estado. A nadie le es paradójico que los administradores cometan los atropellos de los que se les endilga, pues parece que ello es inherente al puesto, olvidando que dentro de una verdadera sociedad democrática son los ciudadanos los que colocan administradores y que, como tal, el primer deber del ciudadano es fiscalizarlos y controlarlos. El víctimismo se permite y seguimos esperando el reino de la equidad; son ellos los malos y otros los buenos, aquellos a los que nunca se le ha dado la posibilidad de gobernar. Pero llevamos más de 500 años ubicando a los buenos en los puestos administrativos para periódicamente cambiarlos bajo el firme criterio de que son malos. En nuestro país no es el poder el que corrompe sino la administración pública.

Igualmente, nuestros líderes siguen ofreciendo soluciones parroquianas y la masa se ilusiona con propuestas facilistas y, obnubilados en su pensamiento (líder y masa), no acatan a entender que las parcelas ya no se administran en solitario. Nadie acata, ni el líder ni la masa, a tomar con seriedad que la globalización ya es una realidad, o al menos que los comerciantes la entendieron hace mucho rato, y que las decisiones de un Estado están atrapadas en los lineamientos que los grandes conglomerados económicos imponen. Hoy vale más una ¨sugerencia¨ del Banco Mundial que el voto de los ciudadanos de un país; y sin embargo, nuestros grandes lideres proponen soluciones económicas irrealizables pero captadoras de votos, para finalmente terminar colocando de Ministro de Economía, a cualquier sabio para que desarrolle el manual que se debe seguir al pie de la letra y que desde afuera se impone por las grandes multinacionales.

En la actualidad colombiana se reaviva el mito freudiano de la muerte del padre a manos de sus hijos por causa de su despotismo e inequidad, pero esta vez referido ya no a individuos fuertes e individuos débiles sino a colectivos fuertes y colectivos débiles. Hoy la lucha ya no se da por las mujeres y la libre satisfacción sexual sino por otras necesidades básicas y propias al ser humano; el hambre y la falta de abrigo, en pleno siglo XXI, mueven nuestras luchas.  El trasfondo del mito, que va de la necesidad, la venganza, la culpa y la racionalidad, sigue su curso inexorable a nivel social. Colectivos fuertes que intentan desplazar a los colectivos débiles mediante la imposición de la fuerza, sin darse cuenta que no existe un ser tan débil que al unirse, no logre su cometido por imposible que parezca. Solo la conciencia de que no existe la sociedad invencible permitirá que entremos en razón; que justifiquemos y propendamos por un Estado más equitativo y provechoso para todos los que lo integran. Pero si este mito se ve claramente reflejado en la sociedad actual colombiana, no deja de mostrar también la realidad que se vive a nivel mundial, donde las comunidades autoproclamadas desarrolladas no han tomado conciencia del caldo de cultivo para la discordia, que están fomentando con su política internacional hacia los países denominados, por ellos mismos, tercermundistas.

PLANTEANDO UNA SOLUCION

Podríamos arriesgar como principio de solución al problema del país, una organización en base a líderes y grupos escalonados, cada vez más cercanos a cada uno de los miembros de la comunidad llamada Colombia. Me explico: si tuviésemos un líder por cada grupo pequeño, que a su vez se fuera uniendo en otros grupos bajo otros líderes, hasta llegar a un máximo líder, las posibilidades de mantener la cohesión y el bienestar de cada uno de los ciudadanos estaría, cada vez, más asegurada. En la actualidad podemos percibir la falta de un verdadero líder y liderazgo hacia una meta común que comprometa a todos los individuos que habitan en este territorio demarcado geográficamente y al que conocemos como Colombia. La meta de los colombianos no es clara; incluso, por falta de ella podríamos arriesgar diciendo que Estado no existe. Existe una Constitución que nos habla de derechos mas no de deberes, olvidando que la sociedad es un deber y no un derecho. En nuestra carta magna se precisan los derechos del niño, de la mujer, del pobre, del rico, del anciano y de todo cuanto habitante pueda albergar este territorio, pero difícilmente, o solo de soslayo, se refiere a los deberes que se tienen cuando se decide formar parte de una sociedad.  Sociedad en donde todos van hacia un objetivo común, con la conciencia de que toda acción beneficia a todos y no solamente a unos cuantos. La participación democrática debe ser el primer deber del colombiano, pero para esto, debe contar con el potencial necesariamente desarrollado. De nada sirve decretar la participación, cuando el promedio del ciudadano no está apto para hacerlo. Y es que el colombiano, así lo demuestran algunos estudios realizados a nivel de la participación estudiantil en el gobierno escolar, no está preparado para asumir su función en un estado verdaderamente democrático. Aquí se habla democráticamente y se actúa de forma autocrática, la actitud del colombiano ante la democracia no es clara; esos tres elementos –pensamiento, sentimiento y acción- que marcan un proceder no apuntan al mismo lugar.  

La cuestión no es si vamos a ser capitalistas, socialistas o comunistas, o todo aquello que se pueda hacer, sino saber que lo que se piensa, se siente y se pretende hacer va encaminado a un mismo objetivo. Tal vez, no seamos nosotros, los psicólogos, quienes debamos llamar al orden sobre cuál es el camino a seguir, pero sí los llamados a señalar que se debe seguir un camino y perseguir un fin. Ya ciertas formas de vida comunitaria, solamente con nombrarlas, causan escozor en muchos, y así mismo, las que causan escozor en algunos no la causan en otros.   La idea se podría sintetizar en el compromiso por un proyecto de vida en donde quepamos todos los colombianos o, en el peor de los casos, la mayoría. Si hemos de ser capitalistas que lo seamos, pero que todos estemos cobijados y beneficiados bajo esa mentalidad; lo mismo si se optara por ser socialista, o monarquista, o quien sabe qué más proyecto de vida y manejo político se pueda plantear en beneficio de un colectivo.

La vida, el bien más preciado de todos, no se respeta por motivos de bondad, sino de sobrevivencia individual y colectiva. Individuos y colectivos que no vean la necesidad de proteger la vida, tarde o temprano perecerán, de igual forma, que los condenados con anterioridad por ellos mismos. La vida es el requisito esencial para todo colectivo, es el valor por excelencia de toda sociedad que desee el bienestar para todos sus integrantes. La vida no se puede cegar por nada ni nadie, nunca habrá lugar para decretar la muerte bajo ninguna causa o circunstancia. Un simple virar del lenguaje puede ocasionar el principio de la inconformidad. Mientras se siga manejando el criterio de que unos hombres son asesinados y otros son dados de baja, la seguridad del colectivo seguirá estando en vilo. Cuando la vida de unos vale más que la de otros, en un mismo territorio, no podemos esperar la conformación de un Estado capaz de cumplir con los mínimos requisitos esperados para un colectivo. Lo que todos olvidamos, y los psicólogos debemos recordar al público con vehemencia, es que una vida, por más sencilla la persona, siempre exige venganza; y bajo ese criterio, pronto no quedará nadie en nuestro territorio. Cuantos de nuestros grandes adalides, que hoy presentan un proyecto social, sin ir más allá de un simple análisis, dejan notar que su verdadero móvil es el deseo de saciar la venganza por la muerte de su ser querido; y cuántos otros engrosamos las legiones de la muerte, enarbolando un proyecto social pero que en el fondo sabemos, nos mueve la muerte inesperada del familiar que amábamos.

Un proyecto educativo, conforme a un claro proyecto de vida estatal, se hace urgente. Pero un proyecto a largo plazo, y no a capricho del Ministro de Educación de turno ni a criterio de un padre ávido de satisfacciones pulsionales primarias. En la educación, se ha visto, es la familia la primera institución que debe asumirla en consecuencia con un proyecto macro, un proyecto social; en complemento, la escuela asume la responsabilidad de terminar el proceso de construcción de seres sociales. Cerrar un centro universitario, más para cobrar una deuda personal que para salvaguardar el proyecto estatal, no es propiamente una acción política; prohibir a los hijos desarrollar su sexualidad por celo al placer, más que a su beneficio físico y mental, no es propio de un padre con claro sentido del principio de realidad. La fortaleza moral del pueblo colombiano no se da en la educación de una generación sino a partir de educación de varias generaciones que encuentren una meta definida, clara y única para todos. La educación es bastión para la erradicación de la violencia; por tanto la educación no puede ser entregada a los particulares; la educación engloba el proyecto común y no debe ser la forma de vida de unos cuantos comerciantes o grupos privilegiados. Lo mínimo que se le pide a un proyecto educativo es que sea coherente con los principios del Estado, allá deberá perfilar la familia y la escuela. De otra manera, por más centros de educación que se tengan en un territorio y modelos de familia que se impongan, sólo se podrá tener mucho sabio y poco saber; y en el peor de los casos, saber y acción que no repercuten en la solución de las necesidades del Estado. Solo así podemos explicar que un Estado como Colombia, que tanto se ufana de tener cualquier cantidad de centros universitarios y defensor de la familia (C. N. Art. 42), mantenga un estado de violencia y desigualdad social como el presente. Mientras la educación sea lucro de particulares, y no corresponda al proyecto de un Estado, los niveles de violencia e informidad se harán cada vez más fuertes. Basta recordar que el verdadero proyecto educativo no busca hacer seres mansos, parasitarios y obedientes sino hombre creativos, productivos y concientes de su función social. El hombre educado aporta al Estado, no acepta el Estado; el hombre educado ama su Estado,  no lo odia, y esto sólo se da cuando siente respaldo a sus necesidades por parte de todos y cada uno de los hombres que lo conforman. 


Referencias
Báez, J. (2000). El contexto del abuso sexual. Universidad Nacional. Monografía de Grado.
Báez, J. (2002). La familia en Colombia. www. orbita.starmedia.com/~jairbaez.
Báez, J; Rodríguez, R; Cruz, U. (2002) Análisis de una realidad familiar. (Estudio de un caso). Asociación Pavas en www. orbita.starmedia.com/~asopavas.
Constitución Nacional de Colombia.
Defensoría del Pueblo. Niñas, niños y jóvenes desvinculados del conflicto armado. Noviembre 1998. Bogotá: Defensoría del pueblo.
Freud, S. (1915/1988). (Trad. López, B., L.). Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte en El malestar en la cultura. Madrid: Alianza.
Freud, S. (1921/1970). (Trad. López, B., L.). Psicología de las masas. Madrid: Alianza.
Freud, S. (1923/1984). (Trad. López, B., L; Rey, A., R.). El yo y el ello. Madrid: Alianza.
Freud, S. (1927/1970). (Trad. López, B., L.). El porvenir de una ilusión  en Psicología de las masas. Madrid: Alianza.
Freud, S. (1930/1988). (Trad. Rey, A., R.). El malestar en la cultura. Madrid: Alianza.
Freud, S. (1931/1983). (Trad. Rey, A., R.). Sobre los tipos libidinales en Tres ensayos sobre teoría sexual. Madrid: Alianza.


[1] Reflexiones del autor después de servir como facilitador del taller sobre manejo de la violencia en un grupo de niños de grado tercero elemental perteneciente a la escuela de una comunidad en alto riesgo.

sábado, 17 de abril de 2010

DERECHOS Y DEBERES DEL NIÑO Y EL MENOR

De los derechos y deberes del niño y del menor


Jairo Báez

Psicólogo

El Estado reconoce, sin discriminación alguna, la primacía de los derechos inalienables de la persona y ampara a la familia como institución básica de la sociedad. (Artículo 5 C.N.).

Al hacer un análisis semántico del citado artículo se colige que de cada derecho de una persona se desprende un deber de otra, inscrita dentro de la misma Constitución; esto es: toda persona que habite el territorio colombiano siendo natural o no, debe respetar los derechos del conciudadano. Y personas son “todos los individuos de la especie humana, cualquiera que sea su edad, sexo, estirpe o condición.” (Artículo 74 C.C.). Así también, el análisis permite entender que la familia, al ser amparada y núcleo fundamental del Estado, -y aunque amplio el concepto, si se tiene presente que se conforma por vía natural o jurídica, por matrimonio, o por mera voluntad (Artículo 42 C.N.)- será el eje fundamental que regula el comportamiento de la persona.

En este ambiente veamos los derechos y deberes del niño y del menor. Derechos que están en boga, aunque no siempre se cumplan, y deberes que difícilmente se contemplan y que, sin embargo, están afectando enormemente las relaciones sociales, básicamente cuando se trata del menor y su confusión con niño.

Llámese infante o niño, todo el que no ha cumplido siete años; impúber, el varón que no ha cumplido catorce años y la mujer que no ha cumplido los doce; adulto el que ha dejado de ser impúber; mayor de edad, o simplemente mayor, el que ha cumplido 18 años, y menor el que no ha llegado a cumplirlos. (Artículo 34 C.C.).

Son derechos fundamentales de los niños: la vida, la integridad física, la salud y la seguridad social, la alimentación equilibrada, su nombre y nacionalidad, tener una familia y no ser separados de ella, el cuidado y el amor, la educación y la cultura, la recreación y la libre expresión de su opinión. Serán protegidos contra toda forma de abandono, violencia física o moral, secuestro, venta, abuso sexual, explotación laboral o económica y trabajos riesgosos. Gozarán también de los demás derechos consagrados en la constitución, en las leyes y en los Tratados Internacionales ratificados por Colombia.

La familia, la sociedad y el Estado tienen la obligación de asistir y proteger al niño para garantizar su desarrollo armónico e integral y el ejercicio pleno de sus derechos. Cualquier persona puede exigir de la autoridad competente su cumplimiento y la sanción de los infractores. (Artículo 44 C.N.). Es claro que los deberes recaen en primera instancia en la familia; luego en la sociedad, ente fantasmagórico, inaprensible, pero que nadie desconoce; siendo en últimas que, al faltar las anteriores, los deberes recaen en el Estado.

Sin embargo los deberes, esencialmente, recaen sobre el ciudadano o la persona.

Los deberes constitucionales son patrones de conducta social impuestos por el constituyente a todo ciudadano, más no exigibles, en principio, como consecuencia de su mera consagración en la Carta Política, sino en virtud de una ley que los desarrolle. En esta medida, los deberes constitucionales constituyen una facultad otorgada al Legislador para imponer determinada prestación, pero su exigibilidad depende, “de la voluntad legislativa de actualizar, mediante la consagración de las sanciones legales, su potencialidad jurídica”. (Sentencia T-125).

“Excepcionalmente, los deberes constitucionales son exigibles directamente. Ello sucede, entre otros eventos, cuando su incumplimiento, por un particular, vulnera o amenaza derechos fundamentales de una persona, lo que exige la intervención oportuna de los jueces constitucionales para impedir la consumación de un perjuicio irremediable. En estos casos, al juez de la tutela le corresponde evaluar si la acción u omisión, que constituye simultáneamente un incumplimiento de los deberes constitucionales vulnera o amenaza un derecho fundamental, y si la ley habilita la procedencia de la acción de tutela contra el particular. En caso afirmativo, el juez podrá hacer exigibles inmediatamente los deberes consagrados en la Constitución, con miras a la protección efectiva de los derechos fundamentales” (Sentencia T-125).

Hasta aquí es entendible que un sujeto en formación, niño menor de siete años, sea protegido y se le haga menos énfasis en los deberes; pues, es en la edad, donde se fundamenta su construcción como ciudadano. Pero, entendiendo que el deber es el reverso de un derecho, si en esta fase de construcción no se le enseña al niño a respetar los derechos del otro, difícilmente hallaremos nunca un ciudadano responsable.

Desde la psicología, ciencia que junto a la biología se ha preocupado por el desarrollo del menor, la teoría Piagetiana señala que la persona logra el máximo de su potencial a los dieciséis años. El derecho, en su ancestral sabiduría, da por hecho que después de los catorce años la persona es capaz. (C.P.) No obstante, en el Código del Menor, toda persona menor de dieciocho años es penalmente inimputable (Artículo 165). Dándole de esta manera la misma categoría a los niños, a los impúberes y a muchos los adultos ( los de edades comprendidas14 a 18 años).

Son derechos del menor la protección, el cuidado y asistencia para su desarrollo físico, moral y social; la vida, la filiación, el crecer en el seno de una familia, la educación, el desarrollo de la personalidad, la salud, la libre opinión, el descanso, el deporte, el esparcimiento, la cultura y las artes; el respeto a sus garantías constitucionales (Título Segundo. Código del Menor).

Los hijos deben obediencia a los padres. (Artículo 250 C.C.); Aunque la emancipación de al hijo el derecho de obrar independientemente, queda siempre obligado a cuidar de los padres en su ancianidad, en el estado de demencia, y en todas las circunstancias de la vida que necesitaren auxilio. (Artículo 251 C.C.)

El Estado, la sociedad y la familia son responsables de la educación [de los menores], que será obligatoria entre los cinco y los quince años de edad y comprenderá como mínimo, un año de preescolar y nueve de educación básica. (Artículo 67 C.N.). Los padres de familia tendrán derecho de escoger el tipo de educación para sus hijos menores. En los establecimientos del Estado ninguna persona podrá ser obligada a recibir educación religiosa. (Artículo 68 C.N.). Pero, cómo pueden los padres escoger el tipo de educación de sus hijos, cuando por derecho tienen ellos el desarrollo de su personalidad y la libre opinión.

El menor sigue siendo motivo de escollo para la jurisprudencia en Colombia porque se le trata en los deberes como niño y éste actúa como adulto. El comportamiento, (actitud más bien: comportamiento, pensamiento y sentimiento), de un menor de 10 años no será nunca equiparable a un menor de 5 años; igualmente, el comportamiento de un menor de 17 años no será comparable al de un menor de10 y menos al niño de 5 años. Sin embargo, la falta de deberes, tácitos, en está población, (comprensibles en los niños hasta cierto punto), hace que la población juvenil sea un conflicto para nuestra sociedad actual. Qué hacer con el menor violador, homicida, o simplemente con el menor que en su rebeldía desconoce la autoridad y experiencia del adulto. El simple acto de llevar un arete en su oreja (derecho al desarrollo de su personalidad) pone en evidencia el deber de obediencia a los padres. En la legislación está faltando la normatividad para la juventud, (adolescente y preadolescente), que hace necesario empezar a tratar a la luz de una realidad y de una ciencia que la ubica más del lado del ciudadano y menos del lado del niño.

jueves, 1 de abril de 2010

LA FAMILIA EN COLOMBIA

LA FAMILIA EN COLOMBIA

Jairo Báez
Psicólogo

2001

Familia Nativa
     Los orígenes de la familia nativa, del actual territorio colombiano, se vislumbran en el mito y se afianzan en la historia. De Bachué se originan los hombres y de Bochica la protección y la organización social; ellos dictaban las leyes y formas de vivir. (Arango, 1976; Triana, 1984). De allí surge la gran sujeción del súbdito al cacique; las ordenes eran emanadas por él, quien, entre otras cosas, aceptaba el incesto de padres e hijas, lo mismo la poligamia (Rodríguez, 1985, p. 63). Según Hernández (1978), era un tipo de incesto particular a su mismo sistema, pues éste prohibía casarse con miembros de un mismo clan, quedando ciertas formas de incesto salvaguardadas; de hecho los demás tipos de incesto eran cruelmente castigados por la leyes de Nemequene, en términos de clan, porque en términos de medios hermanos y de tíos a sobrinos consanguíneos el sistema lo permitía, pues no había manera de restringirlos (pp. 129-130). Este autor aclara que, la poliginia en los chibchas, se presentaba como un privilegio aristocrático, los más pudientes podían tener un mayor número de mujeres y los más pobres eran reducidos a la monogamia, cuando no, por su estado total de pobreza a ser solteros forzados (p. 135). En cambio la infidelidad de la mujer chibcha era castigada con su propia muerte; o en su debido caso, a petición del ofendido y posibilidades del ofensor, podía ser resarcida la falta por medio del pago de una multa al marido cornudo (pp. 135-137).
     Dice Hernández que en los chibchas, regidos por el sistema de clanes, la importancia de la familia era secundaría; la mujeres acudían a vivir al clan del hombre, pero faltando éste regresaban con sus hijos a su clan de origen; anota, también, dato que corrobora Rodríguez Freyle (1985, p. 64), que la forma de heredar, indicaba que el beneficiado de un hombre era su sobrino, hijo de la hermana materna (pp. 147-150).
     Según Hernández el hombre chibcha se casaba, por primera y única vez, con cualquier mujer y después podía unirse a otras, según su potencial económico, que le permitiera comprarlas (p. 126 y sgtes). Así mismo, refiere este autor que, entre los chibchas se presentaba también el matrimonio de un hombre con un grupo de hermanas, el matrimonio por herencia y el matrimonio por trueque, -éste consistía en dar una mujer a una familia para que ésta recompensara con otra-; el matrimonio podía tener el carácter provisional o de prueba (p. 139-146). A la mujer chibcha no le incumbía decidir sobre su desposorio, pues esta atribución correspondía a sus parientes inmediatos, con preponderancia a los consanguíneos maternos, dado el carácter uterino de los clanes (p. 139). El matrimonio entre hermanos, miembros pertenecientes a un mismo clan, estaba prohibido en los chibchas (p. 129).Valga traer el informe de Fernández Piedrahita (Citado por Hernández, p.136), para señalar que el género de los pobladores lo dictaba la familia más que la biología; allí se señala que en la tribu de los Laches se tenía por costumbre, que al nacer cinco hijos varones seguidos, sin la presencia de una hija mujer, cualquiera de ellos podía ser tomado como hembra, vestido como tal y casarlo como mujer.
     Los historiadores de nuestros ancestros nativos señalan ciertos aspectos físicos y costumbres de la gente de raza chibcha. Triana, dice que los nativos, que encontraron los españoles, mostraban boca y nariz grande que les permitía atrapar más oxigeno a nivel de la altiplanicie, cuerpos musculosos, con brazos alargados, manos y dedos pequeños (p. 49-50). Hernández señala que con motivo de algunas fiestas los chibchas practicaban la promiscuidad indiscriminada (p. 140). Rodríguez Freyle, por su parte, enfatiza que el indígena tomaba bastante licor, chicha más exactamente (p. 94), preparada en base al maíz.
     De las mujeres chibchas dice Triana que, ofrendaban sus cabellos a los dioses, acendraban su cuerpo a partir de un baño en agua, refiriendo que este elemento jugó siempre un papel importante como método de purificación; por ejemplo, tenían sus hijos a la orilla del río sin ayuda de nadie (pp. 60-62). Refiere Fernández Piedrahíta que la mujer chibcha estaba obligada a querer en primer lugar a su dios, en segundo lugar a su esposo, en tercer lugar a sus hijos y por último a ella misma; además debía tal sumisión a su esposo que si él no la llamaba a compartir su cama ella no podía hacerlo por voluntad propia (Citado por Hernández, p. 129).
     La esclavitud trajo consecuencias nefastas a esta raza de aborígenes, su población fue diezmada hasta el punto que la iglesia y la misma monarquía española tuvieron que interceder para que la desaparición no fuera completa. En 1528, escasamente 30 años después del descubrimiento, el monarca Carlos V decreta la prohibición de la esclavitud del nativo; pero pasaran muchos años más para que se haga real por parte de los colonos (Rodríguez, 1973, p. 27). Refiere González (1984) que a finales del siglo XVIII, ¨Se encuentra también el argumento de que la política de protección al indio es ya imposible de continuarse debido precisamente a la ausencia de población propiamente india en las comunidades¨ (p. 326). De manera que se puede plantear que fue tan efectiva la protección que desaparecieron los protegidos. Los españoles y luego los blancos criollos siempre vieron al indígena como su inferior; las palabras de Camilo Torres en su Memorial de Agravios, permiten colegir cual era el lugar que les correspondía: ¨Los naturales conquistados y sujetos hoy al poder español, son pocos, o son nada, en comparación de los hijos de europeos que hoy pueblan estas ricas posesiones¨ (Academia de Historia, 1960). Como si fuera poco la guerra de independencia sólo los utilizó para propósitos  de combatir a los blancos que se oponían a los mandatos del soberano (Rodríguez, 1973, pp. 105-106).
     De lo anterior vale la pena rescatar varios elementos presentes en la familia y cultura nativa. La diferencia económica, que permitía a unos de sus miembros tener mientras otros debían someterse a la falta, hasta tal punto de quedar célibes por la ausencia de recursos para formalizar una familia. La preeminencia del hombre ante la mujer, que le permitía ciertos comportamientos de diferencia ante la institución familiar, tales como la poliginia. La identificación de familia en términos de clan, donde los parientes por vía materna detentaban el poder y la autoridad de sus miembros hasta el punto de determinar el género que debían asumir y con quien podían tener sus hijos. La sumisión de la mujer a los dictados de sus dioses, su clan y del hombre. La poca o ninguna consideración de respecto por las instituciones familiares nativas de parte de la cultura española que se asienta en sus territorios.
Familia Negra
     Según la tradición oral de su étnia, la raza negra desciende de Abel, hijo de Adán y Eva, y llegó a América mucho antes que Colón (De Roux, 1989) y Asimov (1985), comenta que la versión de los esclavistas hace descender al negro de Cam con su sino marcado desde el mismo Génesis ¨siervo de los siervos de sus hermanos serᨠ(p. 731), y todo, solamente por haber visto a un padre borracho desnudo. Es así como la historia del negro en nuestro territorio, tradicionalmente se empieza a contar con los primeros barcos negreros llegados al puerto de Cartagena; ellos -los negros- venían contra su voluntad para cumplir labores duras y necesarias pero despreciadas por el blanco; las cuales habían acabado con el nativo que no estaba acostumbrado a esfuerzos tan grandes. El ingreso de esclavos negros a territorios colombianos se da con la autorización monárquica de 1516 (Rodríguez, 1973, p.27). 
Dice Rodríguez (1973), la apertura de caminos, la minería, la agricultura, la ganadería, etc., urgían de hecho, la participación activa de la mano de obra. De aquí nace la necesidad de implantar en el Nuevo Mundo la esclavitud, como una exigencia histórica y no como simple capricho del Estado español o de los conquistadores (p. 26).
     La situación del negro en estos territorios empezó y por mucho tiempo fue lastimera. Comenta Gutiérrez de Pineda, que la gente de raza negra no tenía libertad de locomoción; el negro que se atreviera a circular en las noches por las rancherías o se fugara era azotado, mutilado o muerto; por ser negros se les negaba el uso de joyas, ropa fina, armas, mucho menos podían montar a cabello, a no ser como parte de su oficio obligado; si un hombre y una mujer querían contraer matrimonio, sólo lo podían hacer con la autorización de su dueño, so pena de pagar su ignominia con la cercenación de sus testículos. Aún en calidad de cimarrón, -negro que asumía su libertad mediante la fuga-, no se podía ser libre y mostrar su cultura, pues siempre encontró quien le impusiera criterios en contra de su propia voluntad (Citada por Umaña, 1997, pp. 46-47).  Nos recuerda De Roux, que el europeo siempre adujo su vocación civilizadora cuando esclavizó al negro; de ello, fácilmente, se entiende que el ¨negro llegó a ser sinónimo de inferior y de inteligencia reducida¨.
     Señala Jaramillo (1990) que en 30 años (1789-1821), -nótese que ya éramos libres de la corona española- la población esclava en Colombia se duplicó, pasando de 45.000 a 90.000 (pp. 23, 29); en 1850 aún quedaban 20.000 esclavos (p. 40). Según González (1984) para el siglo XVIII, Popayán, Antioquia, Cartagena y Chocó, eran las provincias con mayor población esclava de nuestra actual república (p. 263).
     Es José Antonio Galán, en su ímpetu revolucionario, el 18 de junio de 1781 quien tras ocupar las propiedades de un acaudalado terrateniente de la zona de Mariquita, libera por primera vez a un grupo de esclavos negros, esto sucede en las Minas de Malpaso (Rodríguez, 1973, p. 70).
     El desprecio y utilización del negro en las gestas revolucionarias y contrarrevolucionarias de la independencia quedan patentados en la tristemente celebre Noche de los Negros, referida al 22 de julio de 1810; el pueblo enardecido y temeroso, asume que 300 negros venían en su contra a libertar a la destituida administración monárquica. La realidad les demuestra que no eran negros, pero queda el referente de la percepción de los emancipados de que el negro estaba en contra de la independencia. (Tomado del relato histórico del Sabio Caldas en Academia de Historia, 1960). Por su parte Bolívar, en 1819, en su cruzada independentista, manifestaba la necesidad de una igualdad de razas en Colombia y Venezuela, donde los odios raciales y las diferencias sociales eran muy profundas en la sociedad (González, p. 197). Dice González que fue sólo mediante el proyecto de ley, aprobado en 1821 que se dan los primeros pasos para abolir la esclavitud. Con todo y sus fallas, pues se sigue aceptando de forma abierta y soterrada, se logra que los hijos de los esclavos no sean separados de sus padres hasta tanto no sean púberes y adquieran su libertad alcanzado los 18 años de edad (pp. 132-135). Pero aún en ese mismo año, en recompensa a los propietarios de las esclavas, que  daban los alimentos a los hijos que nacieran libres, éstos últimos debían permanecer sirviéndoles hasta los 16 años (p. 224). Como quien dice, la esclavitud seguía pero ahora era a término.
    Sigue comentando González que con la ley del 22 de julio de 1843, aún se permite la venta de esclavos hacia fuera de la Nueva Granada con tal que la venta de esclavos casados se hiciera sin dividir los matrimonios y bajo la condición de que los hijos de tales esclavos, nacidos libres, no se extrajeran contra la voluntad de sus padres (p. 242). “Más bien lo que se permitía con esta estipulación, era la separación de hijos y padres” (p. 224). Es sólo hasta la ley emanada en 1848, que se propicia la unión de la familia del esclavo negro (pp. 279-283).
     Para González, en 1851, se declara definitivamente la abolición de la esclavitud en Colombia. No obstante señala lacónicamente: “Por lo que se refiere al esclavo y al liberto colombianos, estos hallaron su redención más que con la ley con el producto de su propio trabajo” (pp. 282-296). Lo cierto es que la esclavitud del negro fue abolida definitivamente, sólo hasta bien entrada la época de la república en 1852 (Jaramillo, p. 41); siendo un proceso lento en la práctica debido, en parte, a las marrullerías de los amos y hacendados blancos criollos. Narra González cómo surgieron figuras tales como que los hijos de esclavas, mayores de 18 años, que contrajeran o hubieran contraído matrimonio, quedaban libres del concierto a que los sujetaba la ley (p. 258); igualmente que los jóvenes libres, hijos de esclavos, mayores de 18 años y menores de 25 que no quisieran concertar con los amos de sus madres, estaban obligados a formar parte del ejército (p. 247).
     Para está época comenta la autora en mención, “Ni la honradez más acrisolada, ni la necesidad de alimentar padres ancianos y achacosos, y muchas veces el casamiento los libra del concierto (...) los trabajos más duros, el azote, el encierro solitario, las prisiones de todas clases, la peor calidad de alimentos y el trato más vejatorio es lo que se prodiga a manos llenas a un hijo de esclava que ha obtenido la carta de libertad y se halla en concierto” (pp. 256-257)
     El negro no vino a nuestro territorio por voluntad propia como sí lo hizo el español; el negro traído contra su voluntad, a la fuerza y sin ningún consentimiento tuvo negado el derecho a formar una familia hasta bien entrada la independencia (1848); la autoridad de los negros, fueran hijos, padres o hermanos, fueron siempre los dueños o amos, acostumbrados a tratarlos como semovientes más, existentes en sus haciendas.
Familia Española
     Por información que brinda Camilo Torres se sabe que los nativos venidos de  España eran una mezcla de cartagineses, romanos, godos, vándalos, suevos, alanos y mauritanos (Academia de Historia, 1960). Esta mezcla de razas fue la que llegó a América y posteriormente fue denominada casta de blancos, o sencillamente blancos. Refiere Aguilera en el prefacio y biografía, en la obra el Carnero, que Rodríguez Freyle señala la existencia de una cédula monárquica, según la cual a las Indias sólo pasaban cristianos viejos, y si eran casados debían traer a sus esposas; no obstante, en su negro humor completa,  que todo el mundo pasaba (p. 11). Recordemos que cristiano viejo se le llamaba a todo aquel que pudiese demostrar una larga tradición familiar de acatamiento a los mandatos de la iglesia católica.
De igual manera se expresa Umaña (1997): Convencidos de la omnipotencia de su raza, de la superioridad de inteligencia, inferiorizando y subvalorando a los indígenas, desconociendo las dificultades de su medio, del clima, del abastecimiento, el europeo se lanzaba por los mares desconocidos con irresponsable sentido de aventura (p. 35).
     Dice Rodríguez (1973) que la España cristiana, no solamente trajo al Nuevo Mundo sus instituciones políticas y económicas, sino que transportó también el espíritu feudal, traducido en un desprecio hacia el trabajo manual o de otro tipo. Los conquistadores, de extracción popular en su mayoría, labriegos, vagos, mendigos, vasallos, etc., utilizaban la envestidura de emisarios monárquicos en estas tierras americanas para materializar el anhelo, que por su condición de inferioridad económica, no pudieron satisfacer en su vieja España: ¨imitar el ¨modus vivendi¨ de la vieja nobleza española¨. Su objetivo, centrado en acumular grandes cantidades de tierra, los hacía sentir como señores feudales habitando nuevas comarcas con todo y los honores merecidos (p. 27). Recordemos algunos conceptos propios del mandato cristiano, sacados de la Encíclica Rerum Novarum (1891): el hombre es la cabeza y poder de la familia quien debe defender y cuidar a los hijos que lo perpetuarán; en la sociedad civil no pueden ser todos iguales, esto se da en todos los aspectos físico, psicológico y económico; por pecadores los hombres deben soportar los sufrimientos, las necesidades eternas y los trabajos; no se puede evitar las clases sociales y, por tal motivo, deben vivir los ricos y los pobres en paz, el pobre pone su fuerza de trabajo y el rico debe tratarlo con piedad, adiestrarlo en la fe cristiana y darle lo que es justo (Tomado de la Voz de la Iglesia, pp. 17-35).
Familia Mestiza
     El proceso de mestizaje fue característico y particular en nuestro actual territorio, dando lugar a la actual familia colombiana. En el presente colombiano son pocos, o ninguno, quienes pueden tener certeza de su pureza de sangre o raza. Desde los comienzos de la conquista la mezcla de razas y culturas es una constante, con diferentes propósitos; pero a la postre, el principal era el elevamiento del estatus económico y social (Jaramillo, citado por Umaña, 1997, p. 44). El supuesto blanco, venido de España, se mezcló con el indio, dando lugar al mestizo; con la llegada de la raza negra, se mezclan el indio y el negro, y el negro y el blanco, dando lugar así al zambo y el mulato. Por supuesto con el tiempo, y los diferentes cruces que se dan, entre nuevos colores, aparecen nuevos y más cruces donde se pierde cualquier denominación específica y sólo acertar a señalar en qué posible porcentaje se es puro blanco, evitando a toda costa el ¨tente quieto¨ y ¨salto atrás¨ (Cf. Umaña L. 1997, pp. 49-51), pues esto iba en detrimento de la pureza ganada. Según González, para 1720 ya había gran cantidad de mestizos, que en su mayoría formaba el campesinado pobre y mano de obra que va a competir con el indígena en las haciendas (pp. 316-321); y en 1846, se encontraban fácilmente, matrimonios entre mujer esclava y hombre libre, y hombre esclavo y mujer libre (p. 267).
    Siempre hubo pugna por mostrar el abolengo y descendencia de mejor familia. Los blancos siempre vieron en los nativos (indios) y los negros, personas en estado de incivilización y, por esta condición, incapaces; así mismo entre el indio y el negro había una diferencia abismal, se creía que los indios tenían mejores costumbres que los negros (González, pp. 176, 177). Plantea Umaña (1997), que el negro no solamente vino a servir de esclavo sino a ocupar el último escaño en las escalas étnica, social y económica (p. 46). Y por ejemplo, así lo muestra Rodríguez (1973),  en la guerra de Independencia, los negros y aborígenes, cual recua, fueron vapuleados por los grandes comandantes criollos y españoles, en su ignorancia, para integrar los ejércitos de ambos bandos so promesa de ser libres (p. 107). En la Colonia, con el afán de mejorar su alcurnia, se validaban tratos como la ¨limpieza de sangre¨, mecanismo que consistía en pagar un tributo en dinero al Estado, con el fin de poder acceder al matrimonio con blancos; y a algunos puestos públicos, que se le daban sólo a los que ostentaban sangre pura española (Jaramillo, p.25). Es necesario señalar como síntoma de estas mezclas, la particularidad de nombres, que tomaban del uso cotidiano del lenguaje, para señalar el abolengo. Mestizaje significa cruce entre dos razas, sin embargo, sólo se reconoce como mestizo al producto de la mezcla del blanco y el indio; mula define el cruce entre caballo y asno, siendo mulato la definición que se le da al cruce entre la raza blanca y la raza negra; así también zambo viene del latin strambus que significa vista torcida, y zambo se le dice a la mezcla de la raza india con la raza negra. No debemos olvidar que los primeros humanos que pisaron territorio americano fueron españoles, pues pasaría mucho tiempo y la ayuda de Fray Bartolomé de las Casas para que se le otorgara la calidad de humanos (cristianos) a los indios. Tendrán que pasar muchos años más para que se le reconozca el mismo derecho y estatus al negro.
     Otro elemento que ayudó al proceso de mestizaje fue el acercamiento forzado entre blancos e indios, producto de las relaciones económicas coloniales. González nos recuerda que la figura de la hacienda aceleró el proceso de mestizaje entre estas dos razas (p .314). Nos señala la autora que, en un primer momento, la política existente era separar los blancos de los indios, pero ante la necesidad de tener mano de obra india, favorecida por una nueva política, los asentamientos indios, cada vez, estaban más cerca a las haciendas del blanco (p. 310 sgtes); fue en la hacienda donde el indio empezó a olvidar su idioma y aprendió el castellano, asumiendo costumbres españolas (p. 314). Otra figura, la mita, también coadyuvó a que el nativo abandonará sus pares, su comunidad, pues era preferible estar en la hacienda que sufrir los rigores de un trabajo forzoso y desconsiderado en todos los aspectos (p. 314).
     Junto a la mezcla de sangre, también la mezcla de culturas se fue finiquitando; más que la desaparición de una cultura, se presenció el sincretismo entre las culturas nativas y las importadas, venidas de España y África, entre los dominantes y los dominados. La iglesia católica juega un papel preponderante es este proceso de aculturación y sincretismo. Desde la conquista, el nativo politeísta es llevado por los evangelizadores a reconocer un solo dios (Rodríguez, 1973, p. 100); luego son los negros quienes deben renunciar a sus cultos animistas. No obstante, los nuevos rituales y creencias tienen el sello de la unión entre las culturas y sus creencias. Los resultados del buen servicio de la Iglesia a la Corona se percibieron con todo su rigor en la Independencia. Señala Rodríguez (1973) cómo la ignorancia y la falta de información en las zonas rurales hacía difícil la empresa libertadora; allí los indios encomendados, los labriegos libres, los jornaleros y los negros fueron un obstáculo, que tuvieron que vencer los criollos, pues la lealtad al Rey y a la Iglesia estaba muy arraigada en ellos (p. 105).
     Nuestros próceres independentistas tenían una visión particular de lo que iría a ser en adelante la familia; una institución donde los hijos se podían tener a granel para beneficio y lucro de la nueva república. En su preludio al grito de independencia de 1810, el Sabio Caldas arenga: ¨Un peso inmenso se ha quitado de nuestros hombros (...); ya no tememos la fecundidad de nuestras esposas; los hijos, este dulce lazo conyugal, no será ya una carga pesada para el padre; será sí una prenda más dada a la Patria, esta patria los alimentará y satisfecha con este tributo, llenará de honores y de bienes a los que le han dado ciudadanos¨ (Academia de Historia). No obstante los padres fueron solícitos en su encargo de traer nuevos ciudadanos al naciente país, sin embargo la patria se olvidó de su parte en el compromiso adquirido.
     El cambio de gobierno, ocasionado en la independencia, no rompe con los esquemas del dominante y el dominado, y allí la familia colombiana sigue su paso.
Como lo apunta García: la república no aportó nada nuevo a la América Latina, [por supuesto tampoco a la familia colombiana], desde el punto de vista de la constitución social: la aristocracia terrateniente conservó su status de privilegio y la condición de centro de gravedad en el nuevo sistema de poder; la clase media letrada, la burguesía de comerciantes, los funcionarios, los artesanos, los menestrales, los peones, todos los grupos sociales conservaron su colocación, su papel, su ordenamiento tradicional. Lo único nuevo que salió de la guerra, como es obvio, fue [la] enorme y desbordante burocracia militar (Citado por Rodríguez, p. 109).
     Así mismo Rodríguez (1973) refiere sucesos, relacionados con la huelga de las bananeras de 1928, donde la familia de los trabajadores sufren el rigor del poder gubernamental: ¨decenas de humildes trabajadores, fueron arbitrariamente encarcelados, la mayor parte de sus líderes reducidos a prisión y sus familias amenazadas y coaccionadas¨ (...) ¨Ni sus familias se salvarían: jóvenes violadas, esposas y madres, ultrajadas en su dignidad¨ (pp. 212, 219).
Familia Actual
     Ardila (1988) hace una semblanza del hombre colombiano de donde vale la pena rescatar ciertas características, para así comprender la familia colombiana, a través de su proceso histórico de mestizaje. Este psicólogo refiere que el colombiano no tiene el sentido de conquista del anglosajón, ni el ¨sentido épico de la vida¨, en cambio sí es pesimista y melancólico. Su filosofía es trágica y escéptica (p. 37). Para el colombiano, la ciencia no ocupa un lugar importante, no es de gran valor cultural, en cambio sí precia la literatura y, en general, las bellas artes. Debemos apuntar que también sí fervientemente religioso. El colombiano es verbalista por antonomasia, centrado en el uso ¨correcto¨ del lenguaje, en la plástica y en la belleza (p. 28). En un estudio, hecho por el autor a partir del 16PF, la personalidad del hombre y la mujer muestran ciertas particularidades que los hacen diferentes en algunos rasgos. La mujer se muestra más estable y segura en sus propósitos de vida, más sociable y espontánea, dominada por el sentido del deber, responsable y organizada, propensa a dejarse llevar por los sentimientos, soñadora, colaboradora, confiada, preocupada por los demás, con mucha confianza en sí misma, poco ansiosa, trabajadora en grupo y preocupada por la aceptación social; en cambio el hombre muestra rasgos que lo caracterizan como inestable, despreocupado, racional, realista y práctico, egocéntrico, calculador, independiente, estresado y depresivo (Báez, 2001b).
     En la actualidad, a pesar del aumento de las vías  y medios de comunicación, se siguen presentando costumbres muy particulares a determinadas regiones del país. Como ejemplo tomemos el dato de González, (Citado por Ardila), quien halló que el 42% de los hombres solteros y el 59% de los casados, en Barranquilla, habían tenido relaciones sexuales con animales (p.81). Así, también, del santandereano se dice que es machista, patriarcal, belicoso, y defensor del honor (Serpa, 1989). La ausencia de una identidad étnica y cultural se trasluce en la cotidianidad colombiana, allí es común escuchar peyorativos regionales tales como la pereza del opita, la flojera del costeño, el oportunismo del paisa, la falta de higiene del cachaco, la hipocresía del boyacence, la lascivia de la pereirana, la falta de inteligencia del pastuso, etc.
     De los análisis hechos por el autor al censo de 1993 se puede colegir que la familia colombiana se mueve en una economía donde son 42 millones sus habitantes, de los cuales por cada 49 hombres se tiene 51 mujer; 69% vive en la ciudad y 31% en el campo; 29% vive en la miseria, 57% viven en la pobreza; el porcentaje restante tiene el capital. De la población empleada dos terceras partes son hombres; al contrario, en los puestos de la administración pública y de servicios el 73% está ocupado por mujeres (Rodríguez, 1992);  Según Ramos (1999), 17 de cada 100 colombianos están desempleados y 14 de cada 100 no tiene forma de acceder a la educación; cinco grupos controlan el 80% de los medios de comunicación, cuatro grupos controlan el 92% de los activos financieros, 1.3% de los colombianos posee el 48% de la tierra en el país. En una de las encuestas hechas por el diario El Tiempo (1999), el 72% de los colombianos se declara descontento con la situación de su país y el 65% refiere que tiene demasiadas responsabilidades en su vida para preocuparse de la pobreza de los demás.
     En su salud física la esperanza de vida para el hombre colombiano es de 70 años mientras para la mujer es de 76 (Televisa, 2000); siendo el cáncer más común en las mujeres, el de cerviz, y en los hombres el gástrico (Revista Muy Interesante).
En el consumo de psicoactivos se ha dicho del colombiano que empieza su uso y abuso entre los 12 y los 17 años, siendo mayor el consumo de alcohol, cigarrillo, basuco y cocaína en los hombres; el 82% de la población productiva consume alcohol (Rodríguez, 1992); 3 por cada 200 consumen alguna sustancia psicotrópica; 21 de 100 consumen tabaco, 1 de 100 consume marihuana (Rodríguez, 1997).
     Con respecto a la pareja del colombiano, algunas encuestas a nivel nacional sugieren que las mujeres prefieren, en estatura, a los hombres más altos que ellas, mientras los hombres se inclinan a formar pareja con mujeres iguales a ellos; en contextura, la mujeres prefieren el hombre ¨relleno¨ y el hombre la mujer delgada; en color, las mujeres tanto como los hombres prefieren su pareja de piel trigueña; las mujeres y los hombres paisas son los preferidos para conformar una pareja (Cromos y CNN, 1997). Las parejas colombianas se formalizan en un 73%  por matrimonio católico y el 23% por unión libre (Zamudio y Rubiano, 1995). Sólo un 20% de las parejas que se separan lo hacen motivadas en las relaciones sexuales; el grado de satisfacción sexual con la pareja va en descenso (Gallup, 1999); el 30% de los hombres y el 39% de las mujeres, que se separaran lo hacen motivados en la infidelidad de su cónyuge (Zamudio y Rubiano).
         En su actitud ante la sexualidad se notan cambios intrageneracionales y de generación a generación; es así como la cantidad de hombres y mujeres que empieza a tener relaciones sexuales entre los 12 y los 17 años es cada vez mayor, siendo en promedio 78% para el hombre y 27% para la mujer; no obstante, en 1997 el 73% de los colombianos aceptaban las relaciones prematrimoniales y el 1999 sólo el 60% muestra su aceptación. El 73% de los hombres y 13% de las mujeres declaran haber sido infieles; sin embargo, en general, tiende a aumentar el comportamiento infiel en la población colombiana; el 23% de los adultos refieren haber tenido relaciones sexuales con menores de edad; el hombre colombiano tiende a ser más promiscuo que la mujer. Mientras, en promedio, un hombre ha tenido relaciones sexuales con diez mujeres, una mujer sólo ha tenido relaciones con dos hombres; el 62% de los adolescentes hombres declara que se masturba mientras en las mujeres sólo el 13% lo hace (Gallup, 1999). En los años 70, el 95% de los hombres y el 68% de las mujeres declaró haberse masturbado alguna vez en su vida (Alzate, 1982). En complemento Ardila (1988) refiere estudios donde el 97% de los hombres y el 58% de las mujeres colombianas refiere hacer uso de la masturbación (p. 82). Las actividades que predisponen a la mujer para tener relaciones sexuales son el baile, el trago y conversar, al hombre lo predisponen, a este respecto, los mismos acontecimientos pero ubicándose el trago en primer lugar; las mujeres en el acto sexual prefieren al hombre activo, ardiente y lanzado con el pene mediano y los hombres, al respecto, prefieren las mujeres activas, ardientes y lanzadas con los senos medianos; las mujeres tanto como los hombres se sienten desestimulados sexualmente ante los malos olores, el mal aliento y la barriga del compañero; tanto al hombre como a la mujer colombiana los inhibe en su actividad sexual el estrés, el temor al sida y la rutina (Cromos y CNN, 1997). La práctica del sexo oral está aumentando entre las parejas. En cuatro años pasó del 29% al 35%; la fantasía del hombre colombiano es tener una relación sexual con una persona distinta a su pareja. La fantasía de la mujer colombiana es tener una relación sexual en un lugar inusual. A nivel general el hombre colombiano se diferencia de la mujer por su mayor aceptación de diferentes actividades de tipo sexual. Es más propenso a practicar la homosexualidad, el sadomasoquismo, ver pornografía, utilizar la tecnología en su satisfacción (teléfono, cine, internet),  etc., (Gallup, 1999).  Señala Ardila que el 19% de los hombres y el 12% de las mujeres reportan haber tenido al menos un contacto homosexual (p. 82).
     Ya en relación con los hijos, y en su relación familiar, los padres colombianos muestran que su tendencia a aceptar el aborto disminuye. De una aceptación del aborto del 19% en 1997 bajó a un 13% en el año de 1999. El 82% de los colombianos está a favor del uso de anticonceptivos (Gallup, 1999). En 1985, Rico de Alonso (Citada por Londoño, 1993, p. 41) encontró que la familia colombiana se ubicaba en un 65% nuclear y en un 25% extensa. Para 1995, Zamudio y Rubiano muestran que El 57% de los hogares colombianos se conforman por familias nucleares y el 30% por familias extensas; estos datos señalan cómo la familia colombiana  va, aceleradamente,  en contra de la nuclearización y formalización de pareja para asumir diferentes y otras formas, entre ellas volver a la familia extensa. Sin embargo, para valorar la creencia de la tendencia a la extensión de la familia, se debe tener presente, también, que estas últimas autoras reportan, en promedio, en cada hogar colombiano 4.6 personas. El 56% de los hijos vive con ambos padres, el 34% con la madre solamente, y el 4% con la abuela; los padres que crían solos a sus hijos se distinguen, de los que los crían en pareja, por su menor edad; de una generación a otra el promedio de hijos disminuyó de 3 a 1.5 por familia (Báez, 2001a). En los estudios de Ardila se señala que, en sus pautas de crianza, sólo el 43% de los niños colombianos son amamantados con las frecuencia suficiente por sus respectivas madres (p. 115); mientras sólo la mitad de los padres, el 47%, colabora adecuadamente a la madre en la crianza de ellos (p. 117).
                Los niveles de violencia que soporta la familia colombiana señalan que por cada 13 hombres que mueren por arma de fuego muere una mujer en igual condición. Para 1996 murieron por esta causa 19407 hombres y 1453 mujeres; por cada 10 hombres que mueren por arma blanca muere una mujer en igual condición. Para 1996 murieron por esta causa 2856 hombres y 265 mujeres: por cada 4 hombres que mueren en accidente de transito muere una mujer en igual condición. Para 1996 murieron por esta causa 3415 hombres y 817 mujeres (DANE, 1999); por cada 4 hombres que se suicidan, se suicida una mujer. Para 1997 se suicidaron 1692 colombianos, los meses del año preferidos por los colombianos para suicidarse son septiembre y diciembre (Coperías y Chávez); uno de cada cinco hombres le ha pegado, alguna vez, a sus cónyuge. (Profamilia, 1995). Comparadas las estadísticas del año 2000, las tendencias de muerte violenta se mantienen estables.
     La familia colombiana actual, no obstante  los elementos de encuentro señalados, sigue estando marcada por el policlasismo, la pluriétnia y la diversidad cultural, tal y como lo plantea el profesor Umaña Luna. En Colombia no podemos, aún, hablar de una sola familia sino de la diversidad de familias; los medios de comunicación y la globalización, aunque muestran su incidencia al interior de la familia, todavía no logran acentuar la unidad e identificación como una sola institución. En la clínica de la familia colombiana es normal encontrar una mujer gravemente afectada en su emocionalidad debido a la infidelidad de su esposo, tanto como aquella que no le da la mayor importancia al hecho; así mismo se puede encontrar el hombre con clara percepción de la mujer como objeto tanto como un hombre que la valora como su igual, reconociéndole igualdad en sus derechos. Y esto, no necesariamente debido a su grado de educación formal o profesional, ni correlativo con su poder adquisitivo.
     Con los nuevos espacios, -trabajo asalariado, estudios académicos- la mujer se aleja cada vez más de la casa. El hogar, la casa, el cuidado de los niños, las labores domésticas son espacios que nadie quiere ocupar; los hijos se crían cada vez más alejados de sus padres, pasan menos tiempo juntos y más tiempo con personas extrañas a la familia o con familiares en segundo grado. La mujer  ocupa espacios que antes no le eran permitidos, el discurso de género se acentúa, surgen especializaciones universitarias y grupos de trabajo e investigación liderados por ellas, con ánimos de lograr su total emancipación de lo que antes fuera su yugo. El machismo y la falta de reconocimiento a su potencial siguen siendo temas que aún no se agotan en su discurso. El hombre colombiano actual sigue siendo percibido como el victimario y nunca la víctima; sin embargo, el estrés, la hipomanía, la drogadicción y la violencia cobran más hombres que mujeres en su morbilidad y mortalidad.
    En conclusión, podemos decir que la familia colombiana -o mejor dicho las familias colombianas- pasa por un momento particularmente álgido, caracterizado por la trasmutación de roles y funciones de sus integrantes y valores a su interior. No se tiene claridad sobre la conveniencia de la nuclearización o la extensión, la convivencia en pareja, la separación o el madresolterismo, la dependencia o independencia familiar: Las políticas estatales no son claras con la familia, por un lado coaccionan a los padres para que abandonen el hogar, obligándoles a trabajar para lograr el sustento diario y por el otro, siguen manifestando la defensa de la familia como núcleo fundamental del Estado colombiano.

REFERENCIAS
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